Parece que por ahora no va a estallar la III Guerra Mundial.
La noticia es casi un bálsamo, habida cuenta del tono catastrófico -y no del todo injustificado, no sobra subrayarlo- de buena parte de los análisis de los expertos y los comentarios de los conocedores de la política internacional y del Medio Oriente (y no sólo de ellos), a raíz del asesinato dirigido el general Qassem Suleimani y la subsiguiente retaliación iraní contra Estados Unidos. No faltó incluso quien comparara lo ocurrido con el magnicidio perpetrado en Sarajevo en 1914 y anticipara, por lo tanto, consecuencias análogas.
Lo anterior no significa, sin embargo, que una gran conflagración internacional no pudiera estallar en algún momento. No necesariamente “mundial” -en el sentido de las guerras de 1914-19 y 1939-45-, pero en todo caso con importantes implicaciones sistémicas y con el potencial de alterar sustancialmente el orden político en la región en que llegara a producirse. Poco antes de acabar el año pasado, por ejemplo, el profesor Robert Farley, de la Escuela Patterson de Diplomacia y Comercio Internacional de la Universidad de Kentucky, advertía en la página web de The National Interest que, aunque el riesgo de otra gran guerra sea bajo, no se puede ignorar el riesgo latente que representan las tensiones que existen entre Israel, Irán, Turquía, India, Paquistán, las Coreas, China, Rusia y -por supuesto- Estados Unidos. Cada crisis, concluye Farley, se desarrolla según su propia lógica, y cualquiera de esos Estados podría sentirse obligado a actuar (con razón o sin ella, podría añadirse), por la fuerza de los acontecimientos.
Tampoco significa, obviamente, que el conflicto existente entre Teherán y Washington vaya a resolverse en el corto plazo. Se trata de un conflicto atávico, inserto en el ADN de uno y otro y reforzado por traumas aún no procesados, con múltiples imbricaciones geopolíticas en la región. Además, ambas partes disponen de una amplia panoplia de opciones que incluyen las sanciones, las operaciones cibernéticas, las acciones transitivas, los bloqueos, entre otros, para seguir midiendo sus fuerzas. Y como señala Ian Bremmer -una de las voces que vale la pena oír en el análisis de la actualidad internacional-, aunque la guerra total entre los Estados Unidos e Irán sigue siendo poco probable, hay muchas cosas distintas de la guerra que podrían salir mal.
La cereza en el pastel, por supuesto, es la cuestión del programa nuclear iraní. Aunque Estados Unidos haya dicho que está "listo para participar sin condiciones previas en negociaciones serias" con Irán tras los incidentes recientes, nada permite suponer plausiblemente que ese elemento vaya a desaparecer de la ecuación. Ahora mismo parece muy difícil encontrar una alternativa a la que supuso en su momento el Plan de Acción Integral Conjunto de 2015, repudiado por Trump en 2018, y que prácticamente ya ha pasado a engrosar el triste catálogo de las oportunidades perdidas de la historia de la diplomacia.
Parece que por ahora no va a estallar la III Guerra Mundial. Pero el Medio Oriente seguirá siendo una de las placas tectónicas más inestables de la geopolítica mundial. Un “Completo Desoriente”, si se quiere, con perdón del neologismo.
Moraleja. “Sin comentarios” es una respuesta evasiva, incluso desdeñosa, en boca de los funcionarios cuando son interrogados sobre asuntos espinosos. “Sin comentarios” es una respuesta muchas veces responsable -aunque insatisfactoria para quien pregunta y para quien contesta- cuando se trata de analizar, sobre la marcha y mientras éstos están todavía en desarrollo, los acontecimientos de la política internacional.
Y mientras tanto. El Secretario de Estado, Mike Pompeo, se pronunció sobre la situación en Venezuela, en el sentido de que "una rápida transición negociada a la democracia es la ruta más efectiva y sostenible hacia la paz y la prosperidad en Venezuela". El Departamento de Estado divulgó incluso una hoja de ruta -o una lista de premisas- para esa transición. Y mientras tanto, el futuro de Venezuela sigue siendo un acertijo dentro de una incógnita; y aunque la escaramuza de Maduro no haya sido tan exitosa como el régimen pudo haberlo esperado, la exitosa resistencia de Guaidó es un precario consuelo para el anhelo democrático de los venezolanos, con una oposición que parece seguir lastrada por los desatinos de siempre.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales