El eje cafetero sí tiene identidad, pues es de una región con unidad histórica en el pasado, con un presente y comunidad de aspiraciones en el futuro. Además, disfrutamos de unas mismas costumbres, tenemos una misma cadencia en la voz, pertenecemos a un mismo grupo racial y coincidimos con unas mismas ideas y sentimientos.
Una cultura vernácula, absolutamente propia, es una quimera. Tendría ella por condición un pueblo perfectamente aislado. La poesía griega tenía de la asiática, y la latina de la griega. No existe ninguna cultura pura; todas las culturas son de intercambio y de influencia recíproca.
Un novelista empieza imitando y un músico sigue los rastros de un maestro. Pero el afán de superación, lleva a uno y otro a superar su guía, a crear su propia expresión.
La riqueza de la humanidad se ha logrado, gracias al avance cultural del hombre en multitud de lugares y fechas.
Unos inventaron el alfabeto, otros el dinero o los instrumentos musicales. Diversos inventos fueron logrados a un mismo tiempo, por grupos humanos, ubicados en sitios diferentes.
“Un niño, un hombre, un pueblo, dice José Galat, necesita repetir por cuenta propia muchas de las cosas que hicieron en iguales circunstancias sus mayores, para poder incorporarlas como experiencia vivida y válida, a su personal acervo de conocimientos”. (País prestado).
Los hombres, en lo moral, cultural, social y en todos los órdenes, hemos nacido para dar y recibir, para ayudar y para ser ayudados.
El regionalismo tajante, al estilo romántico y decimonónico, es imposible en una situación de interdependencia planetaria, como la que vive el país.
Pese a lo expresado, debemos movernos en un justo medio, para no perder nuestra propia identidad. Tiene que existir, necesariamente, una independencia, dentro de la interdependencia. Cada región necesita su propio colorido espiritual. Una cosa es la orgía imitativa, y otra muy distinta, es el sentido de la autenticidad.
El regionalismo verdadero es reencontrarse con su propio ser, con sus valores y con su historia. El que ama su región, no tiene por qué aborrecer a las otras, para afirmarse y hacerse sentir. El odio gratuito a lo foráneo, carece de trascendencia. Podemos admirar otros valores y otras obras y podemos también inspirarnos en éstas, pero sin copiarlas. La reproducción servil es alienante, pues anula nuestra facultad creadora.
Mc Luhan afirma que el mundo se transformó en una “aldea global”. En lo cultural, en lo económico y en lo político, aceptamos el fecundo intercambio humano, pero que no se absorba nuestra personalidad. Sería ingenuo aislar a la región de la extraordinaria movilidad de ideas, personas y cosas de nuestro tiempo. Pero hay que darle fuerza y energía a nuestra identidad, para no sucumbir. En lo cultural también impera el espíritu Darwinista y el débil puede ser abatido por el mejor dotado.