Esta semana, al recibir la noticia de que el Consejo de Estado había decidido mantener la curul del inefable Jesús Santrich, pensé, a simple vista: injusto y antijurídico, para llegar a concluir que parece lo primero, pero no tanto lo segundo. Debimos repasar las cosas. Esa corporación decidió atender la tesis de la Procuraduría -que procura salvaguardar los derechos del hombre- y que a su vez había recordado la Sentencia de Unificación de la Corte Constitucional (SU-424 de 2016) que dijo que para decretar la pérdida de investidura debe demostrarse el dolo o la culpa del futuro congresista para no querer acceder al cargo.
Primero debimos recurrir al art. 64 del Código Civil para repasar que “se llama fuerza mayor o caso fortuito el imprevisto a que no es posible resistir, como un naufragio, un terremoto”, hasta ahí como bien, pero remata con “… los autos de autoridad ejercidos por un funcionario público”… es decir, la medida de aseguramiento dictada por autoridad configura exactamente el eximente que necesitaba el antiguo guerrillero y actual presunto delincuente para no ser sujeto de la justicia ordinaria. Además, el art. 183 de la Constitución prevé esa misma fuerza mayor como disculpa al electo congresista para no asumir su curul, es decir, el hombre está blindado por todos lados, como lo están sus ojos impenetrables por esas gafas tan oscuras.
Y, para acabar de completar, antier se supo que la Corte Suprema de Justicia ordenó la libertad inmediata del encartado, por el debido proceso, porque el hombre se acostó de narcotraficante puro y simple y amaneció como aforado en su novedoso status de parlamentario, al que sí le aplicarán las dos instancias. Este caso Santrich pasará a la historia, a los textos de derecho constitucional, administrativo, penal y será materia de estudio obligatorio en nuestras universidades. Estará a la altura de casos famosos como el de O.J. Simpson, futbolista y actor, quien asesinó a sangre fría a su exesposa y a un amigo y fue declarado inocente, por temas probatorios, en 1995; pero como toda vaca ladrona -que no olvida el portillo- siguió en su iter criminis y en 2007 fue condenado por robo y secuestro. Pero a diferencia de nuestro Simpson criollo, el gringo sí fue a parar a la cárcel; el nuestro, siguiendo los designios supremos del Acuerdo Farc - Santos, quedará en la absoluta impunidad, además con curul y sentado a manteles en el parlamento, porque la justicia, además de coja, resultó ser ciega.
Post-it. Puede que a nuestro Presidente no le vaya bien en las encuestas, pero lo que sí es indiscutible es que es inimitable: en el programa La Luciérnaga no lo han podido remedar, como sí lo hacen en lujo de detalles con todos los mandatarios que le antecedieron; y también tiene enredados a los comunicadores: los caricaturistas de la “gran prensa liberal” lo pintan como títere del expresidente Uribe, con chanclas Crocs y todo, mientras Fernando Londoño, el máximo exponente radial de la derecha, desde la Hora de la Verdad lo califica de blando y pro-santista. Oír para ver.