Pronto se cumplirán tres meses de haberse inaugurado la nueva administración en Estados Unidos, y el presidente Joe Biden aún no llama al presidente Iván Duque. Algo que, desde el primer momento, algunos analistas interpretaron (e incluso saludaron con indiscreto regocijo), como síntoma de un enrarecimiento emergente de la relación bilateral, de un cierto desdén de Washington hacia Colombia, de un diciente desplante para con el mandatario colombiano, y además, como una clara retaliación por el que -según esos mismos intérpretes- habría sido el “alineamiento” de Bogotá con la candidatura reeleccionista de Trump, y, sobre todo, por la “injerencia” del partido del gobierno colombiano en las elecciones estadounidenses.
Por supuesto, habría sido deseable que esa llamada se hubiera ya producido; y sigue siendo deseable que una conversación directa, de presidente a presidente, se produzca prontamente. A fin de cuentas, la relación entre Washington y Bogotá es de vital importancia para Colombia. Y también, aunque en ello se insista con menos frecuencia, para los Estados Unidos. Pero, entretanto, y para darle al asunto un poco más de perspectiva, valdría la pena subrayar que, hasta ahora, y desde que ejerce el cargo formalmente, el presidente Biden no ha hablado con ninguno de sus homólogos latinoamericanos, excepción hecha del presidente mexicano, López Obrador, y por razones tan obvias como la propia geografía y todo lo que ella implica.
A falta de llamada presidencial, sin embargo, Biden envió una carta a Duque, en la que, por supuesto, cada intérprete ha leído no sólo lo que la propia carta dice, sino lo que quisiera que dijera. El secretario de Estado, Antony Blinken, ha conversado ya con la canciller colombiana, y la semana pasada lo hizo con el presidente Duque, con quien hace algo más de un mes también habló el enviado especial de Biden para asuntos climáticos, el exsenador y exsecretario de Estado John Kerry.
Y al margen de los contactos de alto nivel de gobierno a gobierno, el presidente del Comité de Asuntos Exteriores del Senado estadounidense, el demócrata Bob Menéndez, dirigió una elogiosa comunicación al presidente Duque con ocasión de la adopción del estatuto de protección temporal para migrantes venezolanos que, dice, “fortalece la seguridad (en la región) y refuerza el papel de Colombia como líder global”.
Es apenas natural que, con el cambio de administración en Washington, haya ajustes en la agenda bilateral, y que se incorporen a ella -o recuperen visibilidad- temas que el gobierno anterior había marginado -no sólo en su relación con Colombia, sino con el resto del mundo-. Puede que algunos de ellos generen algo de ruido. Pero difícilmente comprometerán la sintonía fundamental, para frustración de quienes parecen desearlo. Incluso, algunos de esos ajustes -como una relevancia mayor de los temas ambientales- tienen el potencial de reforzar la relación bilateral, antes que de enrarecerla.
Y, mientras así sea, la llamada de marras es lo de menos. Lo demás es cuestión de inteligencia política y sólida estrategia diplomática.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales