La Guerra Fría en la que se enfrentaron los Estados Unidos y la Unión Soviética durante la segunda mitad del siglo pasado, se libró en la tierra tanto como en el cielo. O, más precisamente, en el espacio, en forma de una carrera que empezaron ganando los soviéticos, al poner en órbita el Sputnik -algo que han querido recordar los rusos con su anunciada vacuna antiCovid-19-, pero que, a la postre, coronaron los estadounidenses en 1969, cuando llevaron por primera vez un hombre a la luna y cruzaron la “nueva frontera” que, años atrás, les había señalado el presidente Kennedy como derrotero.
Para bien de todos, el fin de la Guerra Fría no supuso el fin de la exploración espacial. Durante las últimas tres décadas, y de forma más colaborativa que puramente competitiva, el conocimiento del espacio exterior se ha acelerado, alcanzando inusitadas profundidades y abriendo horizontes cada vez más ambiciosos. En muchos aspectos, la “nueva frontera” de ayer es hoy (otra, y probablemente la última) tierra de promisión.
Pero los tiempos actuales son tiempos de calentamiento global, no sólo climático, sino geopolítico. ¿Podría convertirse el espacio exterior, en los próximos años, en uno de los escenarios de eso que algunos llaman la “nueva Guerra Fría”, de la cual poco se sabe, pero todo se intuye? ¿Habrá una “nueva carrera espacial” paralela a esa “nueva Guerra Fría” -con toda su novedad, con toda su conflictividad, y con el riesgo latente de calentarse-?
Resulta diciente que, desde diciembre pasado, los Estados Unidos dispongan de una “Fuerza Espacial”, incorporada en sus fuerzas militares regulares. O que, a mediados de este año, Washington y Londres hayan acusado a Rusia de probar un arma espacial capaz de destruir satélites en la órbita terrestre, algo que calificaron como una amenaza “real, seria y creciente”.
En cualquier caso, la nueva carrera espacial, si la hay, será muy diferente a la anterior. Habrá más participantes, y no sólo los sospechosos de siempre. Estados que, como Emiratos Árabes Unidos, tienen ya su programa espacial en marcha y han lanzado su propia misión a Marte. O compañías privadas, como Space X, cada vez más involucradas en la logística aeroespacial y, muy seguramente, en la explotación de los recursos naturales del espacio exterior.
Por eso resulta significativo que el pasado 13 de octubre, 8 países, liderados por Estados Unidos, suscribieran los Acuerdos Artemis, con el propósito de evitar conflictos en el espacio, facilitar la cooperación y el entendimiento, y reducir la desconfianza en la exploración y el uso civil con fines pacíficos de la Luna, Marte, los cometas y los asteroides.
Ojalá estos Acuerdos contribuyan a la mejor gobernanza global del espacio -de la que podría llegar a depender el porvenir de la Tierra- y no sean sólo otro reflejo de la rivalidad y la tensión geopolíticas que, con la etiqueta que sea, conmocionan cada vez con más fuerza el presente y atraviesan, como fallas tectónicas, todo el planeta.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales