La música, esencia del alma humana, trasciende culturas, épocas y fronteras. Es el lenguaje universal que acompaña al ser humano en sus momentos de alegría, tristeza, amor y reflexión, además representa identidades nacionales, cuenta historias y refuerza valores.
Desde el tango argentino hasta el mariachi mexicano, pasando por aires del mundo entero, los géneros musicales son las tarjetas de presentación de los pueblos ante el mundo, y Colombia, rica en diversidad cultural, no es la excepción, porque nuestro país es un mosaico musical, que refleja su pluralidad geográfica y cultural.
La cumbia, con sus raíces indígenas y africanas, es un emblema nacional que cruzas fronteras. El vallenato narra las historias de la vida cotidiana en la costa Caribe, mientras la música Andina, la carranga boyacense, el arpa llanera y los ritmos del Pacífico enriquecen nuestro legado artístico, cada género no solo deleita los sentidos, sino que transmite mensajes cargados de emoción, esperanza y, sobre todo, identidad.
En este panorama brillante y resplandeciente, no obstante, su sensibilidad, surge una preocupación que debe llamar a la reflexión pues recientemente, una composición colombiana ha ganado notoriedad mundial no solo por su melodía, sino también por su letra, cuyo contenido resulta contrario a los valores y principios que nos definen como nación. Este contraste entre la calidad musical y el mensaje de su rima, nos obliga a preguntarnos: ¿Qué queremos proyectar como país?, porque esa no es nuestra amada patria.
Los mensajes de violencia, discriminación o degradación, empañan la imagen que artistas y compositores han construido con tanto esfuerzo y talento a lo largo de los años, que vergüenza con ellos. No es solo una cuestión de estilo o libertad artística; es un asunto de responsabilidad cultural y social, cada obra que exportamos al mundo se convierte en una representación de nuestra identidad, y debemos ser conscientes que, en un escenario global, cualquier creación cultural influye en cómo se puede percibir a Colombia.
No se trata de censura, sino de introspección. Nuestros músicos y artistas son embajadores de un país lleno de riqueza cultural, historia y belleza, es importante que su trabajo esté alineado con los valores que queremos transmitir al mundo, aquellos que hablan de un pueblo resiliente, creativo y comprometido con su crecimiento cultural y turístico.
Aplaudamos nuestra diversidad musical, reconozcamos la grandeza de nuestros compositores, pero también hagamos un llamado a la coherencia y al respeto por la tradición y los valores que nos definen. Colombia merece que su música siga siendo motivo de orgullo, un puente que conecte corazones y que inspire admiración, no vergüenza.
Que esta reflexión sirva para motivar a construir, con cada nota y cada verso, una imagen destinada a honrar nuestra esencia y riqueza folclórica ante el mundo.