¿Que si uno quiere la paz?, ¿Que si la Iglesia la quiere? Obvio que sí. Pero obvio no quiere decir algo así como cierre los ojos, firme aquí y salimos de problemas. Quiere decir que es el bien supremo que estamos en la obligación de buscar y promover. Y es necesario hacer énfasis en la obligación moral, pues podría ser que alguien, y parece que los hay, se sienta no llamado a trabajar por la paz ni ahora, ni nunca. Nadie está exento de meterle el hombro a semejante realidad tan importante y necesaria. Y nadie, tampoco, puede hacer de la resistencia a la búsqueda de paz su batalla cotidiana, como si en sí misma esa posición fuera moralmente aceptable. No lo es y tampoco tiene sentido.
Pero no basta con querer la paz. En el caso colombiano hace falta que nos informemos a cabalidad, y este parece ser el punto álgido: ¿Qué nos están ofreciendo bajo el título siempre seductor de paz? Se impone una doble tarea: que el Gobierno Nacional sea claro y honesto al dar a conocer los acuerdos que está firmando en La Habana, sin esconder ni una coma ni una tilde y, la segunda, que el ciudadano se tome el trabajo de enterarse, en la mejor forma, posible acerca de lo que se está construyendo políticamente entre el Estado y la subversión. En todo esto hay que darle curso al uso de la razón, la cual suele estar bastante ausente del discurso y la discusión pública de todo lo que nos atañe y afecta. Aquí todo es a gritos e insultos, y eso poco ayuda.
Y después de enterarse, hay que dar a conocer la verdad -la otra gran ausente de la vida nacional- a quienes tengan real interés por construir una nación pacífica. En realidad, a la gran mayoría de las personas les da pereza indagar por temas complejos y al final del día harán lo que alguien menos perezoso les indique. Puede ser, entonces, que en una votación muchos se solidaricen rápidamente con lo que proponen Gobierno y rebeldes. Pero puede ser que alguien que también desea la paz no vote favorablemente, pues descubre que ésta no es la que desea. No quiere decir que sea un matón ni nada que se le parezca. Pero votar ya es signo de racionalidad y seguro que si algo sale bien lo apoyará, pues es lo que la conciencia sugiere siempre respecto al bien. El itinerario sería el siguiente: ver, juzgar, actuar. Un viejo método teológico.