En 1538, Gonzalo Jiménez de Quesada llamó “Valle de las Tristezas” a la zona semidesértica al norte del Huila, por su aridez, su escasa vegetación, mayormente cactus y rastrojos secos, además de la marcada erosión de sus tierras. El área se conocía como Tatacoa, en referencia a las culebras cascabel que abundaban por allí.
Hoy la Tatacoa, lejos de ser “un valle de tristezas” se ha convertido en uno de los centros de atracción turística más importantes del país, tanto para nacionales como extranjeros, que encuentran aquí una variada oferta de aventuras posibles y de bellos e interesantes paisajes para explorar.
Desde Neiva nos tomó 40 minutos llegar a la Tatacoa, atravesando ríos, y riachuelos, algunos arrozales y haciendas ganaderas y el poblado de Fortalecillas, centro de producción de deliciosas achiras y bizcochos de maíz para acompañar una buena taza de chocolate huilense con quesillo.
A la entrada de la Tatacoa se encuentra Villavieja, población localizada sobre el río Magdalena. Allí tomamos una lancha para aprovechar los últimos rayos del atardecer haciendo un recorrido sobre el río. Observamos garzas de diferentes especies, águilas pescadoras, bandadas de cormoranes, uno que otro martín pescador, bellas tortugas, un par de babillas y árboles cargados de iguanas.
En un remanso llamado “El Castillo”, peñasco que naturalmente se ilumina en noches de luna por el contenido de fósforo de sus arcillas, el guía detuvo la lancha para observar a los pescadores extendiendo sus redes, y para contarnos sobre las leyendas del “Moan”, un malvado niño que aparece para asustar a los pescadores y engañar a los niños haciéndolos ahogar en el río.
De allí salimos hacia uno de los observatorios astronómicos en la Tatacoa, donde acostados sobre grama artificial, en compañía de más de 100 personas, admiramos un cielo completamente cubierto de estrellas. Por la ausencia total de polución y la perfecta oscuridad, aquí se pueden observar 86 constelaciones, y la ocasional lluvia de meteoros. Todo esto dirigido por el conocimiento de un experto astrónomo.
Al día siguiente, los más aventureros madrugaron a hacer el recorrido por formaciones geológicas; cavernas y cañones, algunos con más de 30 metros de altura, unas de un gris parejo y misterioso, como las del área llamada Los Hoyos, y otras, en el sector de El Cuzco, de rojos matizado por ocres, verdes oxidados y azules profundos, dependiendo del contenido de sus arcillas. Este recorrido puede ser extenuante por el calor, el cual fácilmente llega a los 45 grados pasado el mediodía.
Para los más viejitos, hay recorridos a caballos, bicicletas o jeep. Les aseguro que todos, jóvenes o mayores, quedarán sorprendidos por la belleza de los paisajes y la delicia que es tomarse un baño en uno de los pozos del lugar.
Es importante aclarar que durante el Período Terciario, lo que hoy conocemos como la Tatacoa fue un fértil bosque con toda clase de árboles, plantas y animales de los que permanentemente se encuentran fósiles.
Hoy, al contrario de lo que se piensa, esta área no es un desierto sino un bosque tropical seco, con abundancia de hermosos cardos candelabros, donde abundan arañas, alacranes, culebras, comadrejas, roedores y variedad de aves, además de cientos de cabras, las que hacen las delicias de los comederos del área.