En forma eficaz los medios han comercializado y degradado a la mujer. La utilización del sexo para crear mensajes subliminales con el fin de vender productos descalifica en lo moral a la mujer y la convierte en objeto. Increíblemente todo o casi todo se mueve, anuncia o difunde utilizando brutal ordinariez a la mujer. Venta de carros, medicinas, licores, toros, ropa, perfumes, paquetes turísticos, planes educativos, productos agrícolas, se asocian con el sexo.
La publicidad presenta al sexo en forma deshumanizada, quitándole trascendencia, nobleza y espiritualidad al amor. La personalidad de la mujer no se puede separar de la moralidad, la dignidad y el decoro innato al ser humano. La mezquina mercantilización que se da a la mujer la “cosifica” y la despoja de sus mejores atributos intelectuales y afectivos.
La propaganda presenta a la mujer mutilada, degrada, como si solo fuera sexo. La mujer, como todo ser humano merece respeto, aprecio y consideración.
Frecuentemente se asocia a la mujer con el vicio del licor, el cigarrillo, la provocación y los impulsos animales. ¿Cuándo comprenderemos que la mujer es también, alma, cerebro, espíritu, sensibilidad, dignidad y sentimientos?
En el estatuto de auto regulación publicitaria, vigente desde 1980, se dice que la publicidad tiene que ser “honesta, respetuosa y de gran sentido moral". Esto es un canto a la bandera. Como en la Colonia, se “obedece pero no se cumple”.
Los sociólogos dicen que como el 60% de la población está entre la gente joven y estos son los más adictos a la TV. hay que estimular su curiosidad con el sexo. ¿Y por qué no se estimula a la juventud con imágenes que eduquen y formen?
En algunas familias el gran señor no es sino una pantalla lujosa que oculta al corrupto, o al oportunista, que nunca podrá ser ejemplo de nobleza. Madres y padres no son buenos educadores porque no entienden la vida como una afirmación de principios y valores. En la escuela, en el colegio, en la universidad y en la profesión, continúa su obra destructora el ambiente desmoralizador y traumatizante. Hay oportunidad de estudio y trabajo para muy pocos. El rechazo es lo permanente. El adolescente que logra estudiar o trabajar, experimenta una dura realidad: se predican unos sistemas y unos ideales hermosos, pero no se aplican jamás. Hay una irritante contradicción entre la caridad cristiana y la ambición desmedida de lucro, de dinero, de riqueza. Esto descontrola, anarquiza y frustra a la juventud. Las nuevas generaciones ven hipocresía en los padres, en los maestros, en empresarios y políticos.
Hay desconcierto y perplejidad en el estudiante rechazado, pues nunca puede emplearse; el recién graduado tampoco logra empleo y esto lo frustra irremediablemente, pues recuerda que las clases dirigentes viven repitiendo que la democracia, la justicia y la equidad, son los altos ideales de la sociedad.
Cuando uno se siente frustrado, todo se derrumba brutalmente: ánimo, ilusiones, apetencias y sobreviene la inversión negativa de todos los valores y vivencias.
La familia que imprimía hábitos y principios éticos al individuo, que seguía a donde quiera que fuese éste proyectando las imágenes de padres y hermanos, lo mismo que la fe común en los destinos y afectos de la infancia, ya no existe. Lo que queda es un residuo apagado, consecuencia obligada de un agudo proceso de descomposición. La familia ha perdido la calidad de centro integrador de la sociedad. El primer ambiente social que actúa sobre el niño es la familia. Las primeras valoraciones morales, las opiniones más elementales, hasta la iniciación de las convicciones políticas, provienen del grupo familiar.