“El liberalismo y el conservatismo, son robustas ramas de un árbol poderoso que es Colombia”. H.G.A.
Con frecuencia se oye decir que las últimas generaciones colombianas no han producido un Rafael Uribe Uribe, un Jorge Eliécer Gaitán, un Miguel Antonio Caro, un Laureano Gómez oun Mariano Ospina Pérez. Ya no existen los colosos, los hombres descomunales. Hoy, se agrega, ha comenzado el reino de las masas, de las mayorías igualitarias, ya no hay lugar para las fabulosas figuras excepcionales. Las cúspides han desaparecido. El que existen 82 seudo-partidos, o mejor 82 microempresas electorales, es la mejor prueba de la grave crisis que padece el país. El liberalismo y el conservatismo juntos, no hacen mayoría frente a los grupos independientes. Las colectividades ponen el 30% de la votación nacional. La polvareda de agrupaciones políticas logra votos en un alto porcentaje con estímulos clientelistas, económicos y de todo orden. “Si me ayudas te ayudo”, parece que fuera la consigna. Las injusticias y las desigualdades, los atropellos y los privilegios pululan por doquier. La corrupción rampante se lleva más del 31% del presupuesto, según la Contraloría. Los fallos contra la Nación desangran atrozmente el erario Nacional. Los principios y la escala de valores desaparecieron. No hay desprendimiento, generosidad, romanticismo, idealismo. Más que partidos tenemos hordas y montoneras.
Colombia es uno de los países más inequitativos. Basta con citar las cifras sobre la concentración de la riqueza, el poder y la influencia. Los puestos de representación los disfrutan un grupo reducido de poderosos caciques. Cuando por la edad o por la necesidad de ocupar puestos diplomáticos fuera del país se alejan de las corporaciones públicas, tales posiciones son para los parientes: hijos, hermanos, conyugues, sobrinos. Una vez consolidados en sus posiciones los conductores, recomiendan con éxitos a sus allegados para cargos de importancia.
La distribución de contratos, dignidades y empleos se hacen invariablemente con egoísmo. Al electorado se le ofrece el oro y el moro. Al obtenerse la victoria se le da la espalda al pueblo. Pensemos en las desigualdades salariales. Cien mil colombianos tienen sueldos que están por encima de los 7 millones. El 85% del país devenga menos de dos salarios mínimos. El 65% de Colombia vive en la miseria. Y esto quiere decir muchas cosas. Imposibilidad económica de satisfacer necesidades básicas, que es la penuria de recursos materiales para llevar una vida humana de dignidad elemental. Pero la miseria es más que esto. No sólo se trata de la carencia de bienes y servicios indispensables para la vida, sino también de la conciencia que acompaña a esta situación, es decir, el juicio de valor que los pobres hacen sobre su propia desgracia.
La miseria conlleva a la precoz vida sexual, al hacinamiento y a la promiscuidad, al abandono de mujeres y niños, al trabajo prematuro de menores de edad, a la delincuencia, el alcoholismo, al carterismo, al incremento de la violencia, a la frustración y al suicidio.