Si el señor Biden tiene sus tribulaciones, que no son solamente suyas, el señor Guaidó tiene las propias, que tampoco le conciernen exclusivamente.
Se cae de su peso que el régimen de Maduro ganará hoy la simulación electoral convocada para renovar, a su favor, la composición de la Asamblea Nacional (el órgano legislativo que ha desconocido una y otra vez, a despecho de su legitimidad; cuyas competencias han usurpado otros órganos -ya sea en ejercicio espurio de las suyas, o de las que el mismo régimen les atribuye-; y sobre cuyos miembros ha desplegado toda su capacidad de intimidación y acoso). No podría ser distinto.
Las “elecciones” están hechas a medida. El régimen controla la autoridad electoral. Modificó las reglas de juego. Aumentó el número de escaños. Sabe extorsionar a los votantes: “el que no vota, no come”, dijo, sin pudor, el segundo al mando -y a buen entendedor, pocas palabras-. Estará previsto que tampoco se vacune. “El que escruta elige”, dice, lacónicamente, la Constitución no escrita que justifica el abuso de poder en Venezuela.
Poco importa que, ante evidencia contundente, medio mundo denuncie la parcialidad de los comicios. Al otro medio mundo -incluidos Samper y Zapatero- le da igual lo que allí pase. Entre unos y otros, el régimen se las arregla. A sobrevivir así le han enseñado -entre otras cosas- los cubanos que lo inspiran, lo protegen, lo tutelan.
Mientras tanto, el tiempo de Guaidó se estrecha. Su investidura tiene fecha de caducidad (es, a fin de cuentas, tan interina como constitucional). Su funcionalidad depende, por otro lado, de la cohesión de las fuerzas democráticas -que ni están todas las que son, ni son todas la que están-. Una cohesión que riñe con su atávico canibalismo, y que, de manera excepcional (y no exenta de grietas y fugas), ha sobrevivido a las vicisitudes de los dos últimos años. Para resolver lo uno podría construirse un argumento verosímil: una elección viciada produce un órgano viciado, y, por lo tanto, el preexistente se prolonga ultra activamente. Para lo otro, la gimnasia es mucho más compleja (y acaso exceda sus recursos).
Habrá que ver si le funciona el salvavidas de la consulta popular que se cierra el día 12, que pide el cese de la usurpación y la realización de elecciones generales; rechaza los pseudocomicios; y apela, por enésima vez, a la “comunidad internacional” en busca de socorro político, solidaridad humanitaria, y presión jurídica. No parece prudente, sin embargo, apostar todo el futuro al resultado.
Entre tanto, dos tercios de venezolanos no respaldan ni a Maduro ni a la dirigencia opositora, encarnada en el señor Guaidó, cuya ventaja en la apreciación positiva por parte del 27% de sus compatriotas constituye apenas un magro consuelo, y, en cualquier caso, parece ser insuficiente combustible.
No le vendría mal encomendarse, entonces, a la Virgen de Coromoto, este 8 de diciembre. Quizás ella pueda hacer el milagro que tanto necesitan él, y Venezuela.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales