América Latina tendrá en los próximos meses interesantes, pero también traumatizantes procesos electorales.
En estos procesos podrán reconocerse a fondo las facetas más recónditas de la naturaleza humana.
Sobre todo, a partir de aquellos movimientos y personajes que irrumpen intempestivamente en el escenario político sintiéndose la reencarnación de cualquier führer, duce o conducator.
Al ser los más estrambóticos, esos son los dirigentes que se convierten de repente en los más llamativos y los que generan más revuelo porque, claro, hacen de la política un auténtico espectáculo circense.
Por supuesto, se basan, principalmente, en cuanta red social se les cruce en el camino, sacando provecho de su naturaleza altisonante, explosiva, e irresponsable, con lo cual contagian tanto las fantasías e ilusiones, como el extremismo y el miedo.
Vociferan, se exaltan, se desabrochan, se tiran los pelos, amenazan, graznan, gesticulan sin control, y entran en trance fácilmente, tratando de contagiar a las masas con sus exaltaciones y rugidos.
Desorbitados aprendices de la arenga, posan de ideólogos para proferir toda suerte de disparates efervescentes y su desbordamiento se traduce en regresiones hipnóticas, maldiciones, evocaciones de ultratumba y hasta llegan al borde de mostrar levitaciones.
Independientemente de que utilicen alucinógenos para entrar en sus deshilvanadas griterías, sus chillidos y disfraces los convierten en saltamontes, saltimbanquis y saltígrados de la antología universal del populismo barato.
Haciendo derroche de un machismo que, larvadamente, podría mostrar otras sorprendentes condiciones, exhiben una fuerza caricaturesca que no dudan en calificar de hercúlea, con la que pretenden borrar de un plumazo a todo aquel que no comulgue.
Entonces, en una hemorragia de berreos, aberraciones, neonazismo, berrinches, desquiciamiento y desafueros, practican una lectura acomodaticia de la historia induciendo el odio e incitando a la violencia, valiéndose de las antedichas redes sociales como jungla de la que se sienten reyes.De tal modo, semejantes candidatos no ofrecen más que programas payasescos e incurren, para sustentarlos, en cualquier cantidad de desvaríos, incontinencias, diarreas retóricas, estridencias e incoherencias de las que, además, se jactan, mostrándolas como pieza maestra de su original ideología alternativa.
Por ende, tales outsiders y advenedizos practicantes del mercadeo electoral de los bazares convierten a sus movimientos en laboratorios de piromanía, de las explosiones programadas, la segregación y el adanismo.
Con su histrionismo patológico, incurren indiscriminadamente en toda suerte de desatinos, delirios, paranoias y conspiraciones, generando imágenes del enemigo que solo se explican en función del radicalismo que profesan y propagan en clara alineación con la violencia.
Ha llegado, pues, el momento de que América Latina desenmascare y desmantele a tales tigrillos de papel.
Tigrillos desdentados que, con base en la euforia y la estridencia, pretenden implantar sus proyectos supremacistas, su mitomanía y su inquisición en sociedades que ya han tenido que soportar suficientes problemas como para tener que lidiar ahora con tales agoreros y su alucinante fanfarria electoral.