El jueves Santo de 1983 fue fatídico para Popayán: un espantoso terremoto por poco lo desaparece del mapa. Allí se encontraba rezando Clara Cecilia, hija del expresidente Víctor Mosquera Chaux, linda compañera de la facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Javeriana, y otro compañero, el caleño Samuel Alfredo Velasco Zea, tuvo a bien rentar una avioneta desde Bogotá para ir en busca y en socorro de su prometida, que padeció sensibles pérdidas de familiares, amigos, vecinos e importantes pérdidas materiales en inmuebles.
Dos años más tarde, en 1985, ocurrieron tres hechos trágicos y luctuosos para Colombia: el 6 de noviembre, la toma del Palacio de Justicia por el M-19, financiado por el Cartel de Medellín; el 13 de noviembre, la tragedia de Armero y exactamente un mes antes, el domingo 13 de octubre, habíamos padecido la triste desaparición del compañero más querido y noble de todos los de la promoción de 1984, líder de las juventudes conservadoras alvaristas, haciendo campaña en el deprimido barrio Bello Horizonte, al resultar arrollado en su coche por un bus que se quedó sin frenos y lo estampilló contra una pared, con tres líderes de barrio, ahí mismo donde ahora figura aplastada la fría placa recordatoria.
Yo me salvé de milagro. Estaba programado para ese fatídico “vuelo”, pero por cuenta de una pequeña “tertulia” la noche anterior, llegué media hora tarde a casa de Samuel, por la 70 con 9ª. de Bogotá y María Elvira, su hermana, me recibió con “qué pena, Samuel no te pudo esperar más, porque tenía que recoger a tres muchachos, que después te llama”. Regresé a mi casa por Santa Paula y al entrar, el teléfono fijo replicaba sin cesar, en tiempos en que el único que tenía celular era Dick Tracy. Del otro lado de la línea, Manolo Barrero, otro querido compañero, me preguntó, nervioso: “oiga, usted qué sabe de Samuel”, le dije que justamente venía de su casa… y me alertó con “acabo de escuchar por Caracol que se había accidentado”. Llamé a María Elvira y por su teléfono, larga y sospechosamente ocupado, presentí lo peor. Tomé un taxi, regresé a casa del amigo y ella me recibió llorando.
Clarita, su eterna prometida (líder esclarecida de las juventudes liberales, quien luego fuera Secretaria General de la Fiscalía General de la Nación y Directora de la Justicia penal Militar) fue paradójicamente la última en enterarse de la tragedia, por prescripción médica, pues su cardiólogo pensó que su enamorado corazón - en el que no cabía ninguna suerte de disonancias políticas- no iría a resistir la noticia, que en efecto resistió con singular estoicismo, para apenas llorar por mucho tiempo al espiritual esposo que nunca fue. Con ella y Carlos Alberto Plata, bumangués, liberal, abogado de la promoción previa a la nuestra, gran amigo de Samuel, fuimos a darle cristiana sepultura con misa celebrada en el Templo Votivo del Sagrado Corazón del Colegio Berchmans de Cali.
El corazón de Clarita dejó de latir el 26 de septiembre de 2018. Los últimos años de su vida estuvo casada con el ilustre constitucionalista rosarista, Juan Manuel Charry, y con ellos compartí gratamente en un encuentro de Abogados Javerianos, en Santiago de Cali, pocos meses antes de la partida de quien se quedó grabada en nuestro corazón.
Post-it. Bien lo dijo Laureano Gómez: “somos leves briznas de hierba en las manos de Dios”.