Aunque la desigualdad ha crecido dentro de la mayoría de países pero especialmente en los de altos ingresos, la de naturaleza global ha descendido desde el año 2000. La tendencia, sin embargo, no seguirá una vez el ingreso per cápita en China suba por encima del promedio global como ocurrirá bien pronto. Perspectivas de reducciones adicionales en desigualdad global dependerán de las tasas de progreso e innovación en los Brics y economías como la colombiana.
La hipótesis del economista Simon Kuznets [Premio Nobel 1971] según la cual el desarrollo incrementa inicialmente la desigualdad en los ingresos dentro de un país y después la disminuye fue rebasada por los hechos. Un libro reciente del experimentado economista serbio-americano Branko Milanovic [Global Inequality: A New Approach for the Age of Globalization, Harvard University Press, 2016] demuestra que no existe “curva de Kuznets”, como se dicta en estudios de desarrollo y crecimiento económico.
Milanovic evidencia la presencia histórica de “olas de Kuznets”: la desigualdad sube, baja y se eleva de nuevo, en sucesión de ciclos permanentes. Este economista -de la estatura de Thomas Piketty y Francois Bourguignon, según Martin Wolff de Financial Times- es conocido internacionalmente por su descripción de la evolución de ingresos globales per cápita entre 1988 y 2011, que arroja datos claros: los más pobres han seguido relativamente pobres; la clase media global [entre 45 y 65 percentiles] ha prosperado, en China principalmente, y aquellos entre los percentiles 80 y 95 han padecido un estancamiento dañoso de sus ingresos. Es la clase media de los países de altos ingresos.
La cúspide global del 1 por ciento, muestra en su reciente obra Milanovic, ha tenido en este período incremento del 40 por ciento y recibe, así mismo, 29 por ciento de todo el ingreso global. Adicionalmente, posee el 46 por ciento de toda la riqueza del planeta.
El escenario es, en su resultado neto, uno de desigualdad global que ha disminuido muy tímidamente y desigualdad creciente en países específicos. Ejemplo a la mano es EU. Y esta desigualdad interna, advierte Milanovic, se vuelve finalmente insostenible en los planos económico y social.
Durante buena parte de los siglos XIX y XX las clases proletaria y media se beneficiaron de reducciones amplias de desigualdad como consecuencia de mayor demanda de trabajo, mejor educación y la acción del Estado benefactor, como también de economías de guerra y ciclos económicos.
La desigualdad no se congela en estadísticas inmóviles. Sus cifras, que traslucen estancamiento social, afloran en descontento abierto, con frecuencia irracional. Por esta vía se cuelan los populismos. Las políticas redistributivas se muestran cada vez más reacias a ser materializadas. Capitales esencialmente móviles y riqueza in crescendo, que no sienten hoy la amenaza del régimen marxista que puede llegar en cada país, se insensibilizaron a cifras que habrían escandalizado hace sólo 20 años.
Un informe reciente de Cepal [marzo, 2016] advierte que Colombia es, dentro de la región, el país que concentró mayor parte del ingreso en el 1 por ciento de la población entre 1993 y 2014. El coeficiente Gini corregido estaría entre 2 y 4 puntos porcentuales del previamente estimado.
La respuesta estereotípica es una y otra vez: debe haber mayores niveles de tributación. Sí y no, podría responderse. Porque si se trata de elevar impuestos indirectos, como lo hace la reforma tributaria propuesta, o atacar un gasto fiscal tan trascendental como es la vivienda social, o abstenerse de implementar gravámenes fuertes y efectivos a tan siquiera el o.25 por ciento de la cúspide, las cifras de desigualdad seguirán deteriorándose. Que no haya duda.
Dizque siguiendo a Piketty, el ministro Cárdenas inventó un tal impuesto a la riqueza que sólo castiga a la clase media y acentúa la desigualdad. Ahora les mete la mano al bolsillo a los más pobres. Y se ignora el gran factor que impide redistribuir: la corrupción.