Por estos días es frecuente hacer cábalas sobre lo que podrá acontecer en el año que comienza; seguramente pasarán muchas cosas en el campo político y económico en nuestro país y la primera de estas será el cambio de Gobierno, con Presidente de la República incluido y se le pone fin a dos periodos de reelecciones y esa nefasta institución que dejó comprobado que los primeros cuatro años son razonables y aceptables, pero el segundo cuatrienio es insoportable y parece además, interminable. Esperemos que particulares ambiciones no vuelvan a reformar el articulito. Sobre quién será el próximo Presidente, la baraja es amplia, las encuestas equívocas y cada cual tiene sus preferencias. Ojalá sea una persona decente y que ponga los intereses de la nación por encima de sus apetitos de poder.
Quién asuma la Presidencia de la República tendrá el reto de combatir la corrupción que campea soberbia por todos los confines de la patria y que es el cáncer que corroe a Colombia. Deberá liderar el propósito nacional de reformar la justicia para devolver la credibilidad y poder hacer posible la paz entre los colombianos. De entrada tendrá que decidir la vía para llevar a cabo las reformas que sin duda implican el cambio de normas constitucionales; si tiene el liderazgo suficiente podrá llevarla al Congreso o convocar una Constituyente; el gran problema es la tesis de la sustitución de la Constitución, que tiene tanto de ancho como de largo y empodera a la Corte Constitucional para echar para atrás cualquier cambio, con una buena argumentación. Será una de las tareas primordiales para el Gobierno que inicie y la tiene que implementar en el primer año de gestión; pasado este periodo inicial, sin hacerlo, por más que lo intente, no se le augura mucho éxito. Todas las últimas administraciones lo han intentado sin poder lograrlo. Ojalá no le dé al futuro Gobierno por consultar la reforma con los que van a ser reformados como han hecho los anteriores; es la primera regla para poder hacerla. La reforma consensuada con los titulares de las instituciones que son objeto de reforma se ha convertido en el pasado en una burda negociación de intereses particulares en desmedro del interés general, con honrosas excepciones.
La agrietada economía será un dolor de cabeza para el nuevo Presidente. No solamente va a encontrar la “olla raspada”, sino un hueco fiscal tremendo y una desconfianza generalizada de los inversores. La cuenta del Estado se creció en forma exagerada y la reforma tributaria y el IVA incrementado no son suficientes para el gasto que demanda el posconflicto. Preparémonos los colombianos para nuevos tributos que tampoco serán suficientes para sostener el gigantismo estatal que nos acompaña.
Bueno, también caímos en el deporte nacional de hace de prestidigitadores en enero. Esperemos que nos vaya bien a todos en el año que comienza, empezando por el Gobierno que termina y especialmente por el que viene.