La prensa y los medios, al menos los de Occidente, no cesan de girar en torno a la próxima contienda presidencial de este noviembre en Estados Unidos.
Notan una contienda muy reñida con base en las minuciosas estadísticas electorales.
Y a veces esos mismos comentaristas se dejan llevar por el sesgo ideológico, o más bien la traducción que de él hacen al equiparar al actual partido Republicano con su homólogo nacional respectivo, atribuyéndole el calificativo inconsciente de “conservador” y de “progresista” al partido Demócrata.
Pero en este caso la analogía desborda los términos homologados. Y los calificativos en ambos casos son cuestionables. El partido Republicano liderado por Trump, en sentido estricto, debería calificarse como revolucionario, cuestiona la misma legalidad electoral que eligió mayoritariamente al demócrata Joe Biden. Asegura que el vencedor de la contienda fue Trump, o no menciona el asunto si bien sabe cuál es la verdad.
Por eso, según creo, tantos republicanos que sí pueden llamarse legítimamente como conservadores, votarán por la candidata Harris, y es el mismo motivo por el cual varios de los antiguos ministros de Estado, vale decir secretarios del gabinete, acusan a Trump de deshonesto y de fascista sin más.
Lo cierto es que los expresidentes y líderes notables del partido Republicano brillan por su ausencia. Mientras que los que silenciosamente se apartan, se harán sentir a la hora de la votación, según me atrevo a entender. Pero me atengo a la opinión de los que resultan sabios después de los hechos.
El partido Republicano ya no es un partido conservador respecto a las instituciones, ni respecto a su propio pasado, ha abandonado la tradición, el respeto a la Constitución que lo ha caracterizado. Y ya que estamos conjeturando con estadísticas, creo que estas son a duras penas la foto congelada de un instante, y no el panorama completo. Y conjeturo que habrá un aluvión de votos no esperados hacia una u otra parte, y que lo que se consideraba empatado puede ser una goleada.
Lo que no sale en la foto, en el flash es, por ejemplo, el entusiasmo, la novedad, el sentido de empatía, la percepción de si un candidato o candidata es responsable, si es veraz, si tiene un pasado más o menos meritorio, si es y ha sido una persona honesta. Si antepone los intereses generales a su propio interés personal o de negocio. De modo que me atrevo a pronosticar que Kamala Harris ganará los 270 votos del colegio electoral, y también las futuras elecciones populares para la presidencia del Imperio, en ese endiabladamente complejo sistema electoral.