Tras el asesinato de Michael Brown en 2014, el término “woke” (de wake up) fue popularizado por activistas de “Black Lives Matter” (BLM) en EE. UU buscando crear conciencia sobre los excesos policiales contra afroamericanos, logrando que poco después fuera utilizado ampliamente en Twitter por personas que sin ser afroamericanas señalaban su apoyo. Hoy día, después de haberse agregado al Oxford English Dictionary, “woke” se emplea para describir movimientos de izquierda radical identitaria, especialmente en el mundo anglosajón.
Entre las críticas al movimiento están las de quienes tienen una concepción negativa de la religión y descalifican lo “woke” por su dogmatismo, irracionalismo y fanatismo catalogándolo como una especie de religión secular peligrosa por sus características de “despertar religioso”. A su turno quienes mantienen una visión positiva de la fe, ven en lo “woke” una nueva religión civil que viene a tratar de llenar un vacío de sentido en una sociedad poscristiana.
Es que en las sociedades secularizadas algunos viven su dedicación a causas justas -la conservación del planeta, la defensa de las minorías, el antirracismo…- con un fervor y empeño que dan pie a hablar de “religiones de sustitución”. Según Max Funk, “lo ‘woke’ ofrece lo que el secularismo no ha logrado proporcionar, y ha rellenado el vacío de Dios en nuestra cultura. Proporciona su versión de verdad, justicia, rectitud, pecado y juicio. Da a sus seguidores un sentido, con su narrativa del conflicto social, lucha por el poder y lucha por la libertad redentora…”
Lo cierto es que mientras la fe religiosa se apoya en la autoridad de la revelación divina, lo “woke” plantea su doctrina secular como si estuviera divinamente garantizada y fuera de discusión. La obsesión por la raza como medio principal para entender el mundo y sus injusticias sociales funciona como la lucha de clases en la explicación marxista. Su teoría crítica de la raza es una teoría que no admite crítica; quien la discuta es un racista solapado por no reconocer el “racismo sistémico” de la sociedad dominada por el hombre blanco.
De allí se deriva una visión de la responsabilidad personal muy distinta de la concepción cristiana. Para el cristianismo, todo ser humano ha sido creado a imagen de Dios y tiene una dignidad intrínseca, independientemente de su raza o condición social. La responsabilidad de cada uno dependerá de su respuesta personal, manifestada en el amor a Dios y al prójimo. En cambio, para lo “woke” uno es intrínsecamente culpable o inocente según pertenezca a un grupo, basado en la raza, el sexo o la identidad de género. El hombre blanco es culpable por definición, y solo le queda reconocer su “privilegio blanco” y renunciar a su “blanquitud”, origen de toda discriminación. Por el contrario, pertenecer a un grupo históricamente excluido garantiza la inocencia de la víctima, a la que se debe reparación.
Ciertamente lo “woke” se apoya en genuinos deseos de luchar contra la injusticia, de no ser indiferente a los problemas de otros, sobre todo de los más débiles. Su problema no es la falta de corazón, sino el moverse solo por los sentimientos. Se puede demostrar con datos que la situación de un grupo racial ha mejorado, pero lo que cuenta es lo que se siente. De ahí la paradoja de que en EE. UU. lo “woke” haya irrumpido cuando la discriminación por motivos raciales, de género y de sexo es menor que nunca.
Dicho menosprecio de la razón no tiene nada de cristiano. En el cristianismo hay una frontera entre fe y razón, pero no oposición. Como ha dicho Benedicto XVI: “El Dios verdaderamente divino es el Dios que se ha manifestado como logos y ha actuado y actúa como logos lleno de amor por nosotros”. De modo que “no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios”.