La Academia Colombiana de Historia, dinámicamente presidida por el humanista Eduardo Durán, celebró los cien años del natalicio del prestigioso historiador Indalecio Liévano Aguirre. En la muy concurrida y memorable sesión actuaron como conferenciantes de fondo los académicos de número Enrique Gaviria Liévano y Benjamín Ardila Duarte. Para empezar, resulta imposible comentar en un artículo o en una conferencia, las múltiples y fundamentales realizaciones del gran pensador Indalecio Liévano Aguirre. Sin embargo fueron muy afortunados los enfoques planteados por Eduardo Durán, Enrique Gaviria Liévano y Benjamín Ardila Duarte.
El Dr. Indalecio nació en Bogotá el 4 de julio de 1917 y murió en esta capital el 29 de marzo de 1982. Abogado javeriano, estuvo encargado de la presidencia y produjo numerosas obras históricas revisionistas que sacudieron el ambiente académico. Enrique Gaviria recordó teorías y libros esenciales. “Núñez, Grandes Conflictos Sociales y Económicos de Nuestra Historia, Semblanza de López Michelsen. Mosquera, Hacía un nuevo orden institucional... “
Indalecio Liévano fue un renovador de la investigación histórica. Supo crear un nuevo clima académico, inculcó a los intelectuales, acostumbrados al conformismo a pensar distinto, a profundizar, a escudriñar el origen remoto de los acontecimientos que transforman a la sociedad. Tuvo como eje clave de sus estudios lo social y lo económico, sin omitir el complejo entramado cívico-político. Tuvo una sólida formación intelectual de inequívoca ascendencia europea.
Desde su más temprana juventud se aficionó por la actividad humanística. Del libre examen, vigoroso capitán de sí mismo, se enfrentó con documentos y contundencia a los panegiristas de la valiosa generación de “Los radicales”, enemigos feroces de Núñez. Su lucha fue difícil, tenaz, apasionada. Más celebral que emocional. Dio aplicación a la famosa sentencia: “El populista piensa en las próximas elecciones, el estadista piensa en las próximas generaciones”. Las ideas de Núñez fueron tan fuertes y trascendentales, que la Constitución del 91 las respetó. El presidente sigue siendo “un monarca”, a las provincias se les llama “departamentos” y no “estados soberanos”, a la Iglesia Católica se le maneja con tratados y convenios, desaparecieron los capítulos regionales y los códigos para cada región.
Todo esto y mucho más se deben a Núñez. Claro que hubo errores, excesos, extravíos. Tanto Enrique Gaviria como Ardila Duarte protagonizaron un banquete humanístico. Estuvieron densos, vibrantes y exhaustivos en varias tesis.
En lo económico, Rafael Núñez nos recordó la idea consistente en que “La tragedia del mundo consiste en que los ricos saben hacer la torta dela riqueza, pero no la saben repartir. Y la izquierda sabe repartir el ponqué de la opulencia pero no lo saben elaborar”.
Núñez se opuso al capitalismo salvaje, creó el Banco Nacional, lo que desquició a la oligarquía de la época. Este tema lo ha explicado muy bien Enrique Gaviria en varios libros.
Indalecio Liévano resucitó, rescató y dio vigencia a Rafael Núñez. Eduardo Santos prologó su obra monumental. El talentoso Carlos Lozano y Lozano encabezo la legión de los historiadores anti-nuñistas. Pero nada puede el zarpazo felino contra el pedestal de Acero.