Los pronósticos sobre las votaciones del domingo obedecen más a ilusiones que a realidades e inundan de incertidumbre el accionar de los partidos, de las candidaturas a la presidencia, y al escenario que prevalecerá en la conquista de la primera magistratura.
La repartición de curules determinará las posibilidades de gobernabilidad e influirá en la viabilidad de las postulaciones que emerjan en las coaliciones del Equipo por Colombia y del Centro Esperanza, porque la competencia en el Pacto Histórico es apenas una simulación destinada a llenar las arcas de la candidatura de Petro. El resultado puede ser muy distinto al predeterminado por las encuestas y configurará el teatro de operaciones de las dos vueltas electorales que nos esperan.
Las dificultades que acompañan el manejo de varios tarjetones se ven multiplicadas por el manejo de los correspondientes a las consultas, que deben solicitarse en las mesas de votación, y que muchos pueden considerar como violación al carácter secreto del voto ciudadano, o prestarse a manipulaciones indebidas en un sistema en el que se carece de controles en las mesas de votación. Son factores que pueden afectar la participación en las consultas en contraste con la registrada para Senado y Cámara de Representantes, con impactos indeseados, pero ciertos y con alcances políticos insubsanables.
Las eventuales sorpresas que pueden ofrecer las diferencias entre las encuestas con los números que arroje la realidad tiene en vilo a unos y en expectativa a otros, los primeros anticipando fraude, como lo pregona el candidato de las posverdades, los segundos inquietos por una votación que aborte el despegue de sus candidaturas y ofrezca expectativas renovadas a quienes se ausentaron de las consultas, que competirán por alcanzar la convergencia de los partidos con mayor representación en el Congreso.
Es otra la campaña que se avecina porque la gobernabilidad exigirá visión y programas hasta hoy escasos, que consulten los requerimientos de las regiones, la unidad en la rica diversidad cultural de la nación, las reformas institucionales que recuperen la confianza ciudadana, el indispensable control territorial por el estado para hacer de la seguridad un instrumento de paz, el crecimiento de la economía para el empleo y disfrute de sus beneficios por todos los colombianos, que fortalezcan la democracia y confieran al país un liderazgo fundado en el ejemplo, las libertades y la seguridad regional y hemisférica, hoy en vilo por el surgimiento del totalitarismo que pretende extenderse por el continente.
El debate tiene que sustraerse del populismo, de las fórmulas simplonas de sustituir el petróleo por los aguacates, del odio como instrumento de la política, del Estado como prestador de todos los servicios y de la expropiación para erradicar la innovación y el emprendimiento, con los que se legitiman la corrupción y se termina siempre en la miseria de las naciones.
A partir del lunes nos espera otro debate y otro escenario con los candidatos escogidos el 13 de marzo, los ya inscritos y la eventual modificación de alguna fórmula ya conocida. Se ganará en trasparencia, en participación y en legitimidad para la democracia que todos deseamos.