Los insatisfechos nunca están contentos. Para ellos nada es suficiente. No porque examinen las cosas con espíritu crítico, por hábito de la inteligencia, lo cual sería una encomiable virtud. Ni porque sean perfeccionistas -lo cual sería un defecto digno de sincera compasión-. Es, más bien, porque han hecho de la insatisfacción su marca personal, su valor agregado, la enseña de su oficio. Y acaso también -dicen algunos psiquiatras- porque alimentan de insatisfacción su narcisismo. En el fondo, están firmemente convencidos de su propia valía, de que las cosas serían mejores si hubieran estado en sus manos. Para ellos, parte del problema es ese: que son otros los que están a cargo.
No había acabado de posesionarse la vicepresidenta de la República, Marta Lucía Ramírez, como nueva canciller, cuando ya estaban haciendo lo suyo los insatisfechos.
A uno no le gustó la designación, porque -según dice- ella no tiene un amplio conocimiento del “tema internacional”. No le satisface que haya sido ministra de comercio exterior (cartera que, dicho sea de paso, ella inauguró), embajadora en Francia, y ministra de Defensa. Será que, en ninguno de estos cargos, ni como vicepresidenta, ni en su oficio particular de consultoría, tuvo ocasión de aproximarse al “tema internacional”. Otra experta, también insatisfecha, le reprocha haber sido ministra de comercio exterior, porque, “como se rumora (sic)” le podrían entregar los temas de comercio exterior a la cancillería, “que tiene otras tareas”. Porque, claro, la nueva canciller no tiene idea de en qué ministerio la nombraron.
Y si llueve por allá, no escampa por los pagos de la política exterior, cuyo capítulo final en este gobierno habrá de escribir precisamente ella, en lo que la dejen y se pueda, según cambiantes y nuevas circunstancias -con notas al pie, y un montón de referencias-.
Los insatisfechos siguen hablando del “daño inmenso” que ha sufrido la relación bilateral con Estados Unidos por la “intromisión del Gobierno colombiano en la campaña de Trump”. No les sirven los hechos. Las conversaciones con Blinken, Austin, Sullivan y Kerry. La carta de Biden a Duque. La participación del colombiano en la cumbre climática convocada por la Casa Blanca. La visita de González y Chung. El recibimiento de la canciller -aún apenas designada- en Washington, no sólo por su homólogo del Departamento de Estado, en extraordinarias circunstancias, sino por congresistas de ambos partidos.
Los insatisfechos dicen que Colombia “abandonó el diálogo” con América Latina. Porque, obviamente, en el Grupo de Lima (con todos sus vaivenes) no hay latinoamericanos. Ni en Prosur, ni en el Pacto de Leticia.
Estos son, apenas, algunos ejemplos. Hay más. La insatisfacción es insaciable.
Con todo lo que hay que criticar -y adaptar, ajustar, y corregir- en la política exterior de este gobierno, la inteligencia de los insatisfechos sería digna de una causa mejor que su propia insatisfacción. Y no les caería mal recordar, como le recordó Volatire a Federico II, que “un soldat peut très-bien critiquer son général, sans pour cela être capable de commander un bataillon”.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales