Pocos cambios reales se ven en los valores y el modo de vivir anterior al Covid-19 y su confinamiento. Parece que el retorno a los mismos hábitos se aplica en automático (sin incluir las medidas de recuperación económica). Sin embargo, quedan como legado algunas cosas que permanecen o que no tendrán vuelta atrás como el mayor uso de las aplicaciones para las reuniones virtuales, el teletrabajo y, en este caso, la reivindicación de la biblioteca en casa.
Resulta aun curioso cómo en las transmisiones de noticieros, por ejemplo, la biblioteca en casa haya sido un escenario escogido por excelencia. De igual forma, ha sido el mural predilecto a los ángulos faciales, a veces poco afortunados, de las ventanas de las sesiones de trabajo por internet que se tomaron el día a día.
Aunque es tradicional colocar el escritorio delante de las bibliotecas, los libros ganaron brillo, por cultura, entretenimiento e incluso por decoración, especialmente el libro de papel, que parecía haber perdido su protagonismo más nunca su encanto.
Esto, sin entrar, por supuesto, en los argumentos de radicales ambientalistas o diseñadores Loft que se sorprendían ante una majestuosa biblioteca hecha por lo general a pulso, donde cada libro, uno a uno, marca un momento de la vida, una única experiencia de lectura, escrito, estudio, descanso o desvelo, donde los libros guardan una personalidad, un apunte, una memoria y se acompañan de las más queridas fotos, objetos y recuerdos. Las bibliotecas o librerías son únicas, como su dueño.
Se trata de esa vivencia que bien transmite Gabriela Mistral en su poema “Libros”:
“Libros, callados libros de las estanterías,
vivos en su silencio, ardientes en su calma;
libros, los que consuelan, terciopelos del alma,
y que siendo tan tristes ¡nos hacen la alegría!
Mis manos en el día de afanes se rindieron;
pero al llegar la noche los buscaron, amantes,
en el hueco del muro donde como semblantes
me miran confortándome aquellos que vivieron
El mundo del Covid del siglo XXI vio en el libro la perfecta asociación para crear herramientas que ambientaran su lectura, como los videos “estudia conmigo” de Youtube, donde seguramente juegan los datos de la inteligencia artificial y son complemento de las listas de música personales, los portales de compra de libros, los audiolibros y la sapiencia de google. Otra cosa son también los servicios digitales que han prestado, especialmente a los estudiantes, las bibliotecas públicas y las Bibliored. De la mano también se abrieron muchos canales para los clubes de lectura, los círculos de poesía, como un posible respiro a la congestión de las reuniones virtuales.
Ojalá este despertar, como lo es para muchos, sea para profundizar la cultura y lejos de la apariencia, calme el espíritu y modere la polarización a veces irracional, fuerte y continua, que también se vive durante la pandemia.
Bien vale recoger al respecto la frase de André Maurois: “la lectura de un buen libro es un diálogo incesante en que el libro habla y el alma contesta”
*Presidente Corporación Pensamiento Siglo XXI