Sostiene Fukuyama en su libro “Identidad” que una de las características de la política mundial de la segunda década del siglo XXI es que las fuerzas que la conforman son partidos y políticos nacionalistas o religiosos que han desplazado a los antiguos partidos de izquierda que ejercieron influencia en la política del siglo XX. Dice que muchos líderes de hoy son nacional-populistas que buscan la legitimidad democrática a través de elecciones con las banderas de la soberanía nacional y las tradiciones nacionales en beneficio del “pueblo”.
En esa galería ubica a líderes como Putin en Rusia, Erdogan en Turquía, Orban en Hungría, Kaczynski en Polonia y Donald Trump en Estados Unidos. Agrega que el Brexit en el Reino Unido fue la reafirmación de la soberanía nacional, es decir, una expresión del nacionalismo. Los partidos populistas -agrega- han tomado fuerza en Francia, los países Bajos y en Escandinavia, y líderes en la India, Japón y China también se identifican con causas nacionalistas. Los movimientos religiosos politizados han cobrado auge en Oriente Próximo con los grupos islamistas; lo propio ha ocurrido en la India, y expresiones de budismo político han extendido su influencia en países del sur y sureste de Asia. Inclusive en Israel partidos religiosos como el Shas o Agudath van en aumento.
Por otra parte, Fukuyama afirma en este texto que los viejos partidos de clase han entrado en un prolongado declive en todo el mundo desde el colapso de la URSS en 1989 -1991 y que la social-democracia que dominó la política europea desde la segunda guerra mundial viene retrocediendo.
Del mismo modo, sostiene que la desigualdad al interior de los países, no entre países, se ha incrementado desde 1980 y, en tales circunstancias, era esperable un resurgimiento de la izquierda populista en los países que experimentan los niveles más altos de desigualdad, pero no ha sido así a pesar de que la igualdad económica ha sido su bandera desde la Revolución Francesa.
Este lúcido exponente de la ciencia política moderna concluye en su texto que los partidos de izquierda llevan perdiendo más de cien años frente a los nacionalistas en los sectores pobres o de la clase trabajadora que deberían ser su base de apoyo más solidaria; ello al punto de que la agenda de la vieja izquierda ya no es la defensa de los intereses del proletariado, sino que ha girado hacia lo cultural y los derechos de las minorías. Ya no busca derribar el orden político que explotó a la clase trabajadora, sino la hegemonía de la cultura y los valores de occidente.
También concluye que las crisis de los ciclos de la economía, lo mismo que la de los migrantes y refugiados ha producido un aumento de las fuerzas nacionalpolpulistas de derecha en diferentes lugares del mundo desarrollado, tal como lo explican los procesos electorales recientes, y que en la política de hoy han surgido movimientos de identidad nacional de izquierda y de derecha que comienzan por una creencia compartida respecto de la legitimidad del sistema político del país de que se trate. Si bien estas tesis son discutibles, si parece cierto que hay un cambio de paradigmas en los países vanguardistas de la política mundial.