Ahora la Alcaldía los llama diferentes y tiene razón porque son zonas de deporte con juegos, menos césped, tala de árboles, canchas sintéticas y cemento, distintos de los vecinales y municipales. En Bogotá se han construido muchos de esta clase en zonas varias donde acuden especialmente niños y jóvenes, es cierto que la comunidad los utiliza; sin embargo, llenar de ellos la ciudad merece análisis, alterar el ecosistema, alejar aves, no puede ser solución generalizada.
Digo esto con ánimo positivo, sin desconocer los argumentos que viene presentando el alcalde Enrique Peñalosa para defender la decisión de intervenir parques de recreación pasiva, en los cuales hay personas que descansan, leen, conversan, almuerzan, miran la naturaleza, la gozan en un oasis de paz y tranquilidad. La explicación de que en los últimos años se han talado 32.000 árboles pero se sembraron 243.000, que crecerán, no resuelve las inquietudes de ciudadanos preocupados por el futuro de la ciudad, menos cuando el tema se relaciona, por ejemplo, con la construcción del Transmilenio por la carrera séptima, donde habrá tala de 1.373 árboles, así se diga que uno de los objetivos de dicha mega-obra se relaciona con “el fortalecimiento del paisaje urbano a través de la planificación, gestión de la malla urbana, de potenciar los servicios eco-sistémicos.”
El tema no es para trifulcas ni exacerbación de ánimos, se debe estudiar calmadamente, hay realizaciones de la actual administración que merecen reconocimiento público, se defienden por sí mismas, lo cual no ocurre con el tratamiento de lo verde, error equivocarse bajo la premisa de que es inexorable continuar la extendida intervención de áreas con canchas sintéticas y máquinas.
Cuando en 1900 se cayó el proyecto del gran parque entre la calle 26 y la 72, lo cual terminó en el de la Independencia y gracias al presidente Enrique Olaya Herrera en el pequeño Nacional que todavía existe, bastante disminuido, la ciudad perdió la oportunidad de contar con una extensa zona verde, “pocos irían allá” sostuvieron los enemigos de la propuesta, ciento veinte años después priva la tesis de construir parques diferentes, algunos con cerramiento, vinculada a un programa tendiente a garantizar mejor vida. No somos ecologistas, ni urbanistas, sabemos lo difícil que es la tarea de gobernar territorio congestionado, de obtener la convivencia colectiva, lo cual no obsta para señalar que preocupa la insistencia en ejecutar intervenciones de este tipo en el principal municipio sabanero de un país tropical como Colombia. En cuanto a la construcción de edificios los propietarios prefirieren el lucro al verde, indispensable proteger el oxígeno que suministran los parques y su vegetación, zonas de encuentro para olvidar preocupaciones y atafagos.