No sé en qué momento la sociedad se dividió entre gente exitosa y perdedores, los losers que enaltece Glee; sombras del capitalismo dirán los estudiosos de la oferta y la demanda, me digo yo que tengo que sumar con ayuda de un Excel, so riesgo de confundir pesos con denarios.
Repaso estas dicotomías tan perversas e impías mientras imagino que soy capaz por un momento de pensar los pensamientos de quienes atraviesan fronteras, mares y océanos con la nada en los bolsillos y la dignidad erguida en la frente cuando el cuerpo flaquea.
Los pregoneros del tener creen que son losers quienes cruzan puentes, como si fuese gran cosa levantar muros y murallas como lo han hecho, lo hacen y me temo que lo seguirán haciendo los exitosos de todos los tiempos idos y por venir.
Atrevidos que somos imaginamos culpas y pecados para la mala suerte de los losers y aplaudimos el logro de los exitosos así sea mera consecuencia del atajo, el baloto, la rosca, la recomendación o la chiripa.
Encuentro más poesía en el caminante no hay camino se hace camino al andar que cantan a diario los losers con Serrat o con Antonio Machado, da igual, que el acomodado y conveniente siempre ha sido así y siempre será así de los exitosos de turno.
En un año entero viajando por Colombia con la iniciativa de Finanzas Rurales de USAID, me he dado cuenta de que me resulta más edificante la historia del loser que cae y se levanta una y otra vez y cuantas veces sea necesario sacando aliento de donde no lo hay porque en casa alguien lo espera y su impulso es el bienestar de los suyos, que adentrarme en las biografías de los triunfadores.
Me gusta más la lucha del loser por antonomasia, Don Quijote de La Mancha, para vencer los molinos de viento, que la bíblica creación de Dios en siete días llenos de éxito. El loser tiene fe en sí mimo, en su coraje y fuerza interior convencido, como está, de que tendrá al final una segunda oportunidad sobre la tierra así no sea la gran olla con monedas de oro que los leprechauns pusieron al borde del arcoíris en las tierras de Irlanda para uso exclusivo de los exitosos.
Hoy que cumplo 59 años pienso en los losers mientras recuerdo a mi papá sentado en el balcón de nuestra casa en Cali diciéndome que yo era la niña de las causas perdidas porque creía que el mandato jipi de paz y amor era posible y el lema francés de libertad, igualdad, fraternidad, una utopía viable.
Para los estándares neoliberales yo he sido una loser. He gastado mis reales en libros, amores imposibles, café espeso, ginebra, atardeceres, comida para gatos, anturios, crepúsculos, lunas llenas, caminatas por la séptima, tertulias con amigos de la periferia, diccionarios, enciclopedias, pan con mantequilla, auroras en el mar, poemas de Darwish, música de Patti Smith, boleros, aceitunas negras, cantatas del medioevo, amistades peligrosas, conversaciones con indigentes, cuentas bancarias sin fondos e ilusiones vanas.
A sabiendas de que estoy más cerca de los losers que de los apóstoles del éxito, releo en Número Cero de Umberto Eco: “Los perdedores y los autodidactas siempre saben mucho más que los ganadores. (…) el placer de la erudición está reservado a los perdedores”.