Nunca en mi vida había permanecido nueve meses buscando empleo. El mal de muchos no me consuela ni tampoco tener la certeza de que este gobierno recibió un país con la economía contraída. En esta Séptima vertebral sabemos que la cosa está dura.
Disciplinada que soy, circulo sin éxito mi trajinado currículo a diestra y siniestra y hago la tarea en Linkedin y en elempleo.com. En estos largos nueve meses solo recibí una propuesta: ser “montacarguista”, creo que porque intuyeron mi gran fuerza interior.
Yo que soy uribista, ofrecí escribir discursos para Duque y cargarle la maleta a Martha Lucía, pero tampoco tuve éxito. Así que visito ministerios que trabajan proyectos con agencias de cooperación. Al fin de cuentas, soy experta en Riesgo Reputacional, Movilización Social, Relaciones con Comunidades y Comunicación para el Desarrollo.
En un Ministerio insalubre revisaron las hojas de vida; luego, llamaron a entrevista a los candidatos a suplir el encargo y los despacharon uno a uno en menos de diez minutos. Después, los funcionarios y el agente de la cooperación sin pena alguna ni pudor coincidieron en que era mejor contratar al aspirante más maleable.
Casi me voy de bruces. Me dije, esa no soy yo. Desde chiquita yo tengo criterio.
O sea, el que dejaría de ser desempleado sería el fácil de convencer, de persuadir, al que se le puede dar forma sin que se dé cuenta; no el que tiene cojones para disentir y por tanto para enriquecer el discurso, para aportarle otras miradas a los procesos. Recordemos que la maleabilidad es una propiedad de la materia que puede ser labrada por deformación.
Mientras me escurro para que no me vean, recuerdo un trozo de El Hombre Mediocre, un libro siempre vigente escrito en 1913 por el médico, psiquiatra, psicólogo, criminólogo, farmacéutico, sociólogo y además filósofo, el argentino José Ingenieros:
"El hombre mediocre es incapaz de usar su imaginación para concebir ideales que le propongan un futuro por el cual luchar. (…) sumiso a toda rutina, a los prejuicios, a las domesticidades y (…) parte de un rebaño o colectividad, cuyas acciones o motivos no cuestiona, sino que sigue ciegamente. El mediocre es dócil, maleable, ignorante, un ser vegetativo, carente de personalidad, contrario a la perfección (…)”.
“Un hombre mediocre no acepta ideas distintas a las que ya ha recibido (…), sin darse cuenta de que las creencias son relativas a quien las cree, pudiendo existir hombres con ideas totalmente contrarias al mismo tiempo. A su vez, el hombre mediocre entra en una lucha por envidia e intenta opacar desesperadamente toda acción noble, porque sabe que su existencia depende de que el idealista nunca sea reconocido y de que no se ponga por encima de sí".
Me pregunto cuál es la cantilena frente al disenso y concluyo que hace rato nuestro destino lo definen las decisiones de sujetos maleables aferrados a la cosa pública como si fuera su coto de caza.
Dirán que el oro es maleable; pero es tan blando que hay que mezclarlo con cobre o plata. Sería bueno un tris de disenso frente a la molicie de los funcionarios. Tengo fe en que el mérito vuelva a ser valioso con Duque y Martha Lucía.
Si no, haré malabares con Momo en esta Séptima vertebral.