Este mes de abril, más exactamente el día 23, celebramos el día mundial de nuestro idioma, en fecha coincidente con la inhumación de Miguel de Cervantes Saavedra, su máximo exponente y que curiosamente coincide con la del fallecimiento de William Shakespeare, cultor insigne de la lengua inglesa. El Español -que amerita mayúscula- junto con la Religión Católica, son los grandes legados de nuestra Madre Patria, pues tenemos que dejar en el olvido -a manera de amnistía e indulto- todas las barbaridades que cometieron los conquistadores con nuestros ancestros indígenas.
Pero ese hermoso legado de nuestro idioma en los últimos años se ha ido malogrando y viene siendo aporreado por la izquierda furibunda que, aplicando el viejo principio de todas las formas de lucha, la ha emprendido a flechazos contra la familia, el matrimonio de un hombre con una mujer, la religión, los valores cristianos, el derecho, la economía de propiedad privada y, finalmente, contra la democracia; es toda una artillería montada para ir minando los valores fundantes de nuestra idiosincrasia. Y el idioma está quedando “como un nazareno” con la intromisión del tal lenguaje inclusivo, como el que titula esta columna, como ese burdo que pretende comprender “todos, todas y todes” las clases de sexo de las personas, variantes en que la señora Francia Márquez, aspirante a vicepresidenta, se ha convertido en la más experta y su última perla morfosintáctica ha sido el embeleco discursivo de “nuestros mayores y mayoras”.
Frente a estas trompadas idiomáticas propinadas por los exponentes de la contracultura, grandes escritores y conversadores del más excelso Castellano como Miguel de Cervantes Saavedra, Álvaro Gómez Hurtado, Francisco Gil Tovar (mi primer decano en la vida) y el sublime narrador taurino Iván Parra, deben estar (“literal”, como dicen los jóvenes de ahora) revolcándose en sus tumbas, al percibir el susurro de las palabras necias y grotescas al punto en que añorarían tiempos lejanos en que “se le rezaba a Dios, mientras la luna templaba la nostalgia de los tiples”, como diría el poeta Jorge Robledo Ortiz.
El tema no es nuevo. Lo estamos leyendo en el extenso pero intenso y bien fundamentado libro del argentino Leopoldo Lage y lo escuchamos en las noches y madrugadas eruditas de la radio, con el periodista y abogado Julián Parra, en RCN, y con el sabio maestro Juan Manuel Serna, en Caracol, que replican la problemática de la “Batalla Cultural”, alertando al ciudadano desprevenido de lo que está pasando en esta Patria, cuando sus enemigos la quieren revolver dentro de la licuadora del Foro de Sao Paulo, para volverla papilla en el recipiente del socialismo del Siglo XXI, infausto legado de los señores Castro y Chávez, que en paz descansen (literal).
Post-it. Si el Registrador Nacional del Estado Civil lo eligen las altas cortes en concurso de méritos, entonces el actual, Alexander Vega -con serios antecedentes de tipo moral- resultó ser otra “falla judicial” y entonces va tomando fuerza la escogencia de un Registrador ad hoc -una especie de obispo coadjutor- para acompañarlo en los sagrados oficios que habrán de sustentar próximamente el altar de nuestra democracia. Qué bien le vendría a la Patria, para el efecto, ese gran jurista e íntegro servidor, Juan Carlos Galindo Vacha.