Ahora que vivo a orillas del mar he tomado distancia con la batahola noticiosa que día tras día me prodigaba mi amada séptima vertebral, ese gran mirador del acontecer político, social, cultural, económico y, sobre todo, humano, de un país que parece degradado a estadios primitivos de la civilidad.
Ahora que vivo a orillas del mar, tan lejos de exégetas y gurúes del apocalipsis, busco consuelo para la herida en el corazón en la imagen de postal que los barquitos en duermevela, atracados en la bahía de Cartagena, prodigan a mis ojos cada atardecer.
Ahora que vivo a orillas del mar, releo con calma textos devorados con fruición, pero sin digestión. En Las cárceles que elegimos encuentro algo de sosiego para mi alma perturbada con la maldad ambiente, la que se muestra sin filtro ni pudor en los medios de comunicación.
“Es esta una época en que da miedo estar vivo, en que es difícil pensar en los seres humanos como criaturas racionales. Dondequiera que uno mire solo ve brutalidad y estupidez. Pero yo creo que, si bien es cierto que en líneas generales vamos a peor, es el hecho de que las cosas sean tan aterradoras lo que hace que nos quedemos como hipnotizados y no advirtamos (…) fuerzas igualmente poderosas en el sentido contrario: las fuerzas de la razón, la cordura y la civilización”.
Ahora que vivo a orillas del mar sé que estas fuerzas no son de la manada, menos aún de la masa y por supuesto, tampoco de grupo alguno. Porque estos solo generan pensamientos trillados, los mismos que se regurgitan en las redes sociales y en las noticias de primera plana, porque han anulado el discernimiento.
Ahora que vivo a orillas del mar miro a los navegantes solitarios y tengo de nuevo la certeza de la juventud de que “hay que valorar al individuo, a la persona que desarrolla y preserva su propia manera de pensar, que planta cara a la mentalidad de grupo, a las presiones grupales”.
Ahora que vivo a orillas del mar abogo para que más individuos digan basta, no lo hago, no quiero, no cohonesto, no participo en las triquiñuelas. Solo una individualidad firme puede parar en la raya a quienes predican que siempre ha sido así y así será, a quienes normalizaron lo impronunciable, a quienes hicieron de la moral un trapo y de la ética un estribillo.
Ahora que vivo a orillas del mar repito con Doris Lessing: “Son los individuos los que cambian la sociedad, los que alumbran las ideas, los que cambian la opinión general enfrentándose a ella”.
Ahora que vivo a orillas del mar sin iglesias, ni partidos, ni manadas.