El término “maquinarias políticas”, históricamente se ha usado de manera peyorativa para significar las acciones que emprende un grupo liderado por un jefe o un colectivo autocrático con el fin de asegurar, a partir del ofrecimiento de prebendas económicas, puestos o posiciones, el voto del elector.
Se trata de una práctica nociva para el sistema democrático en el que la libertad para elegir y decidir es el presupuesto del cual se parte. Con el ofrecimiento de la contraprestación por el voto, “el cliente” es abordado con promesas, retóricas y discursos que alimentan el populismo y no la democracia.
La necesidad y/o la ignorancia del elector (“cliente”) son utilizadas para obtener su favor y así garantizar mayor cantidad de votos que garanticen la elección del jefe.
Esta práctica, común en muchos sistemas democráticos, no puede equipararse con el ejercicio de la política, los políticos y con los partidos y movimientos políticos. Al contrario, en la medida en que sea la “maquinaria” -entendida de la manera en que se ha descrito atrás-, la que impere, el sistema democrático representativo y la democracia participativa se debilitan, pues los elegidos no actuarán en representación de los intereses de la nación ni a partir de la participación libre e informada de los ciudadanos, sino que buscarán -ya en el poder- mantener la “clientela”, para proteger los intereses del propio Jefe o grupo autocrático que querrá mantenerse y consolidarse.
Por ello, la existencia de verdaderos partidos o movimientos políticos es deseable y necesaria en las democracias. Se trata de organizaciones estructuradas alrededor de postulados ideológicos, de modelos de Estado, que practican la democracia al interior, y que presentan propuestas a los electores para que ellos libremente se ubiquen y decidan la opción que más les guste y convenza. Claramente dentro de los partidos habrá líderes y cuadros que promuevan y divulguen las ideas, que las hagan conocer. Son verdaderos líderes y no, como en las maquinarias políticas, “caciques” que “venden una promesa imposible de cumplir” o un albur difícil de concretar; las organizaciones políticas legítimas están integradas por “políticos” que hacen Política de manera transparente, aguerrida y con un fin noble como lo es la conducción del Estado y el servicio al pueblo y a sus ciudadanos.
Ello implica entonces que una de sus prioridades sea la educación y formación del electorado para que la democracia sea ejercida por ciudadanos empoderados, de “alta intensidad” (Guillermo O’Donnell), interesados y conocedores íntegramente del contexto en el que se desenvuelven, con criterio y decisión propia, y no personas fáciles de cautivar precisamente por no tener la oportunidad y la capacidad de discernir entre la urgencia de satisfacer una necesidad y la importancia de realizar un proyecto de largo plazo que beneficie a colectivo.
Tachar al político de corrupto, simplemente por ser político, es un error. Si en cambio, quien pretende llegar al poder lo hace disfrazado de político pero a través de promesas vanas, apelando a la ignorancia y a las necesidades de las personas, “comprando” conciencias, votos o lealtades mediante dádivas y, ofreciendo aquello que se quiere oír pero que es imposible de realizar, debe ser rechazado; ese si será parte de una maquinaria que actúa de espaldas a los requerimientos y el desarrollo de toda una nación pues su preocupación es ostentar poder, mantenerlo y beneficiarse personalmente de ello.
@cdangond