MARÍA ANDREA NIETO ROMERO | El Nuevo Siglo
Lunes, 20 de Agosto de 2012

Miedo a volar

 

ME  gusta viajar, pero no me agradan los aviones. Me gusta partir y llegar también. Quisiera comprender alguna vez, por qué, despegar me asusta y aterrizar también.

Alguien me decía que el miedo a volar está relacionado con la pérdida del control. Y es cierto, doscientas almas, un poco más o menos, dependen de las decisiones que dos seres misteriosamente encerrados toman.

Los pilotos me parecen enigmáticos. Me pregunto cómo será su psique y qué fortaleza hace que ese miedo que ridículamente siento, sea al contrario un momento de máxima plenitud para esas personas.

Me gustan los grandes aeropuertos, esos en donde corre por delante de uno la humanidad entera. Los colores de las diferentes pieles, los distintos estilos de vida, las familias y las soledades también.

Me aburren las escalas largas. Pero a veces son convenientes sobre todo cuando a algún agente le da por preguntar de más. No entiendo las largas filas de seguridad. Tanta parafernalia para encontrar unas monedas olvidadas en los bolsillos de los pantalones.  Y me parece curioso que no falte el cachaco que con petulancia bogotana (y hasta montañera) pregunte cuál es el lado de la fila de seguridad para clase “ejecutiva”. En esas filas no hay privilegios, todos nos quitamos el cinturón, la ropa y arrastramos descalzos nuestras existencias.

Cuando viajo extraño a mi hijo. Por eso me debato entre la culpa de disfrutar la lejanía y extrañar con intensidad la cercanía.

Me encanta el café en Starbucks que tomo a manera de ritual cuando espero conectada a Internet el siguiente vuelo y tararear en silencio y con ganas el ritmo español de mi canción favorita de estos días, /aprendí a escuchar la noche/ no pienso enterrar mis dolores /pa’que duelan menos /voy a sacarlos de dentro/ cerca del mar/ pa’ que se los lleve el viento/.

Adoro adelantarme en los capítulos de Keeping up wiht the Kardashians, revisar las noticias de Colombia con calma dominical, y disfrutar una y otra vez de estos momentos de traslado y movimiento que representan un descanso en medio del trabajo.

Ahí va otro piloto, tiene cara de satisfacción. Mi hijito la semana pasada me dijo, “mamá cuando grande voy a ser piloto”. Le dije, a pesar del miedo, que sea lo quiera ser y que por supuesto, cuente con mi complicidad. Y se quedó pensativo hasta que dijo, “pero quiero que tú seas la que sirve la comida”. Querrá evitar mientras sueña, extrañar la intensa cercanía también.