MARÍA ANDREA NIETO ROMERO | El Nuevo Siglo
Lunes, 27 de Agosto de 2012

¿Vientos de paz?

 

El comportamiento del conflicto colombiano siempre ha sido calificado por los expertos como una guerra atípica, porque su raíz no tiene que ver ni con diferencias étnicas, ni religiosas, que son por lo demás, el origen de las principales guerras y revoluciones en la historia de la humanidad.

De manera personal creo que la guerra en Colombia (al menos desde la década de los treinta del siglo pasado) se ha nutrido del hambre crónica que la gente ha sufrido en el país por generaciones. De igual forma, de las diferencias exageradas entre las distintas clases sociales y de la incapacidad de las más privilegiadas por trabajar por la población menos favorecida.

Y de manera inquietante es precisamente la clase alta la que se siente traicionada cuando algún mandatario trata de cambiar esa realidad, en términos de paz, de situación económica, en beneficios laborales, servicios sociales y del largo etcétera de estas materias.

Yo prefiero a un mandatario obsesionado con reducir la brecha entre los pobres y los ricos, en llevar más educación al campo, en ampliar cobertura de salud, en generar políticas efectivas con perspectiva de género y que favorezcan a los niños y niñas en alto riesgo moral y físico, que a uno desconectado de estas necesidades y ferviente devoto de la guerra.

La realidad de nuestro conflicto es que este se nutre a diario de las necesidades que pasan nuestros niños/as en las calles de las ciudades y en el campo históricamente violento y sin oportunidades.

El DANE preocupado, alertó la semana anterior, sobre el incremento del trabajo infantil desde el año 2009. Hay más de un millón y medio de niños/as aportando ingresos para sus familias, expuestos a los peligros de las calles, a contraer enfermedades, a caer en redes de narcotráfico, en fin, a seguir alimentando la “trampa de la pobreza” en términos del economista Jeffrey Sachs.

Cuando un país tiene a la población más vulnerable en las calles limpiando los parabrisas de las camionetas blindadas de los ricos, las posibilidades de cambio en el largo plazo son mínimas.

Colombia sigue ocupando el deshonroso puesto 33 entre 172 naciones del mundo en realizar un mayor gasto en defensa como porcentaje del PIB, según estadísticas de la CIA. Y en la región, ocupa el segundo lugar, según el último informe de la Unasur del pasado mes de mayo.

Mientas se compre más armamento en lugar de construir colegios y hospitales, nos podremos ir preparando para otros setenta años de guerra en las montañas y ciudades colombianas.