MARÍA ANDREA NIETO ROMERO | El Nuevo Siglo
Lunes, 5 de Noviembre de 2012

Una oportunidad

 

De cuando en cuando aparece en la vida un cruce de caminos. Uno de esos de los que no se puede determinar ni su procedencia ni mucho menos su rumbo. A veces de la manera más inesperada llega a la vida un espacio-tiempo de reparación, una especie de oasis que brinda una breve oportunidad de descanso.

Es curioso cómo en la medida en que pasa la vida, la gente se vuelve más reacia a aceptar lo que nunca ha querido aceptar. Las verdades que duelen, la vida que en lugar de disfrutar, amarga. Es triste cómo nos vamos acostumbrando y hasta cierto punto acobardando, a enfrentar hábitos caducos y costumbres invasivas que obstaculizan el camino hacia la felicidad.

Creo que la misma sociedad tiene la culpa. Esa herencia mental que se transmite de generación en generación y que nos obliga a llevar a cabo un plan de vida preestablecido que a veces ni siquiera sabemos si estamos dispuestos a querer desarrollar. Y luego, sin darnos cuenta, nos pasan los días, los años y deshacernos de las decisiones del pasado nos cuesta mucho trabajo. A tal punto que aprendemos a vivir con ellas aunque vayan en contra de nuestra propia existencia.

Nadie puede decirle a nadie cómo vivir o cómo cambiar. Pero cuando llega el tiempo de disfrutar de esos oasis reparadores vale la pena arriesgarse. A veces el tiempo es demasiado corto y el riesgo muy alto. Pero también es cierto que con los años uno aprende a diferenciar en dónde vale la pena darse la libertad de estar.

Me aferro a la idea de la felicidad. No como el estado eufórico y de corta duración que es tan placentero, sino a esa plenitud que se alcanza con la tranquilidad. Pero es difícil encontrar el valor para vivir tranquilo y a veces preferimos la tristeza y la infelicidad porque en últimas, son los estados emocionales que más conocemos en nuestro interior y con los que, irónicamente, nos sentimos cómodos.

Por eso cuando en medio del desierto llega el momento de sentarse a descansar en un lugar seguro hay que aprovecharlo sin mirar atrás ni pensar en el futuro, y por supuesto tener la suerte de vencer el miedo a lo desconocido, a la incertidumbre de que puede que haya llegado una oportunidad, una de esas sencilla y sin pretensiones.