MARÍA CLARA OSPINA | El Nuevo Siglo
Jueves, 2 de Febrero de 2012

Diez mil ballenas

Diez  mil ballenas visitan anualmente el archipiélago de Hawaii. Las yubartas vienen durante el invierno a las aguas tibias y seguras de estas islas a parir sus crías. Fue por esta razón que hace algunas décadas estas islas fueron el centro de las flotas balleneras del Pacífico, las cuales estuvieron muy cerca de diezmar completamente la población de estos cetáceos. Hoy, protegidas por la ley, su población se ha recuperado. Estos inofensivos gigantes se pueden ver de diciembre a abril desde cualquier playa. Su chorro de agua, sus coletazos y sus brincos las delatan, convirtiéndolas en un hermoso espectáculo de observar.

El archipiélago de Hawaii fue anexado a EE.UU. en 1890 y en 1959 fue reconocido como Estado de la Unión. Está formado por cuatro islas grandes, Hawaii, Maui, Kauai y O’ahu, donde se encuentra Honolulu, capital del Estado, y otras medianas, entre ellas Molokai, tristemente recordada como colonia de leprosos. A ellos dedicó su vida el padre Damián, hoy canonizado por Iglesia.
El archipiélago, de origen volcánico, posee enormes montañas y valles regados por abundantes ríos y cascadas que forman cientos de hermosas caídas de agua.
Estas islas, al igual que Galápagos, tienen aún flora y fauna endémicas, únicas e inexistentes en otros lugares del mundo, aunque muchas de estas especies han desaparecido debido a los estragos causados por especies importadas, primero por los polinesios y luego por los europeos.
Kauai es la menos poblada y la más auténtica. Tomar un vuelo en helicóptero sobre esta isla es presenciar paisajes como salidos de una película fantástica.
Se sobrevuela el lugar donde se filmaron las primeras escenas de la película sobre los dinosaurios Parque Jurásico, de Spielberg, una cuenca formada por empinadas y rugosas montañas, de donde se despeñan altas y caudalosas caídas de agua. Luego, el helicóptero toma más altura y nos encontramos sobre un mar azul profundo al borde de magníficos acantilados que forman profundos y delgados valles, accesibles sólo por mar. Es fácil ver desde el vuelo a las yubartas y sus ballenatos, nadando acompañadas de docenas de delfines.
Luego, el paisaje se transforma en un cañón rojo, algo como un pequeño Cañón del Colorado en pleno Pacífico. Para terminar, nuestro piloto, quien trabajó por 20 años como piloto de rescate de la Fuerza Aérea canadiense, nos mete en el profundo y verdísimo cráter de un volcán extinto, donde llueve 350 días del año.
En todas estas islas se disfruta de magníficos arrecifes coralinos de fácil acceso. Hay aquí más de 400 especies de peces de los más hermosos colores y diseños, entre ellos el humuhumu-nukunuku-a-pua’, (¡qué tal el nombrecito!), el cual es emblema de las islas. Careteando vi a una gran tortuga raspando tranquilamente con su pico un coral, mientras 5 nadadores la rodeábamos.
No se puede hablar de Hawaii sin mencionar las inmensas olas de algunas de sus playas y a los arriesgados que practican el “surfing”, deporte inventado hace siglos por los príncipes de este archipiélago.
Los dejo con dos bellas palabras que aprendí aquí: aloha (hola y adiós) y ¡mahalo! (gracias).