María Clara Ospina | El Nuevo Siglo
Miércoles, 2 de Marzo de 2016

HILANDO FINO

Vida privada de los personajes públicos

 

La vida privada de los personajes públicos pierde ese carácter desde el momento en que esas personas se convierten en representantes del pueblo por elección o por nombramiento. Estos personajes se deben a sus electores, son sus representantes en los poderes legislativos, ejecutivos o judiciales de sus naciones, por lo tanto, sus vidas, en  público como en privado, deben ser tan pulcras como humanamente sea posible.

 

Los ciudadanos queremos líderes probos, ejemplares en todo sentido. Queremos ser representados por los mejores hombres y mujeres de nuestras comunidades, los más honestos, los más trabajadores, los más sabios. Personajes que no tengan un closet lleno de secretos sucios. La vida privada de un personaje público le pertenece a la opinión pública y esta puede decidir, después de conocerla, si ese personaje merece su confianza o no.

 

Nadie quiere un presidente, senador, alcalde, militar o juez deshonesto, mentiroso, farsante, corrupto. Pero, lamentablemente, que los hay los hay, porque son muchos los que engañan a sus electores haciéndose pasar por lo que no son. Por eso, el escrutinio de sus vidas es válido y es ético.

 

Así que lo que la periodista Vicky Dávila hizo, al investigar y publicar un video sobre las actividades privadas del exsenador y exministro Carlos Ferro, fue lo correcto. Más cuando dicha investigación destapa la posible existencia de una red de prostitución masculina dentro de la Policía Nacional y otros temas aún peores como la muerte de un policía en oscuras circunstancias.

 

Dávila destapó algo que se debía destapar. Como lo hicieron los periodistas italianos que investigaron los excesos sexuales del primer ministro Berlusconi. O los norteamericanos que dieron a luz los amoríos de Bill Clinton. O los uruguayos que destaparon los secretos de su Presidente, el ex obispo Fernando Lugo. O la fiscalía francesa que investigó por abusos sexuales al dirigente del FMI, Dominique Strauss-Kahn. Y tantos otros casos que han acabado, o han estado a punto de acabar, con las carreras políticas de tanto sinvergüenzas que pretenden ser lo que no son.

 

No son pocos los que han caído en desgracia cuando se han descubierto sus debilidades, mentiras y vicios. Siendo ellos, y solo ellos, los únicos culpables de la destrucción de sus vidas. No los periodistas que destapan sus sucios secretos.

Una infidelidad, el engaño permanente y descarado, duele tanto como un puño en la cara o en el estómago. Hiere en lo más profundo de su ser a quien se engaña, le quita el aire, la dignidad, lo humilla.

Entiendo que una mujer trate de salvar a su familia defendiendo a su marido luego de descubrirse su traición. Pero lo considero absurdo. Si fuera una trompada, el agresor iría a la cárcel, pero, como es una “simple infidelidad”,  hay que olvidarlo.  ¿Y, el dolor y la cicatriz psicológica que se lleva por dentro cómo se sana? ¿Es acaso un hombre infiel y mentiroso el mejor ejemplo para los hijos?

 

¿Cuántos hombres han defendido públicamente a sus esposas cuando se descubre que han sido infieles? ¡Pocos, bien pocos! Pero las mujeres siempre están ahí, aceptando el mal comportamiento del hombre. Si no exigimos respeto, jamás seremos respetadas, siempre seremos víctimas.

 

Igual, todo ciudadano debe exigir valor moral en la vida de quien lo gobierna o representa. Es su derechoy deber.