Los gravísimos hechos -“Octubre Negro”- desatados desde Gaza, protagonizados por una célula islamista terrorista que entró a territorio de Israel a masacrar civiles, y la infame reacción de Petro que, sin denunciarlos, ahora rompe relaciones con el Estado víctima del terrorismo, nos obligan a repasar la posición colombiana frente al tema palestino, que había sido históricamente coherente desde cuando se proclamó el Estado de Israel en 1948 (con la bendición de la ONU, que diseñó un plan para la división del Mandato Británico de Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe, quedando Jerusalén y Belén bajo control internacional). La partición de Palestina tuvo luz verde el 29 de noviembre de 1947 en el seno de la Asamblea General de la ONU, aprobada por 33 votos a favor, entre ellos Estados Unidos, 13 en contra, incluyendo Cuba, y 10 abstenciones, entre ellas Colombia.
Desde los 50s, cuando se abrieron sus embajadas, Colombia e Israel mantuvieron estrechas relaciones diplomáticas y enviamos en 1982 al Batallón Colombia como parte de la fuerza internacional vigilante del Sinaí para preservar la paz entre Israel y Egipto; frente al ente palestino, Colombia tenía desde 1996 allí una misión especial -replicada en Bogotá- sin llegar a instancias diplomáticas del rango de consulados o embajadas y las cosas marchaban bien. Pero jamás se pensó que 10 años después, el presidente Santos, poco antes de abandonar su cargo, a hurtadillas - seguramente a instancias de Noruega- iría a cerrarle a Israel la puerta en las narices, al reconocer oficialmente a Palestina como un “Estado libre, independiente y Soberano”.
El que casi toda Suramérica, el que 138 de 193 miembros de la ONU la reconozcan y el que el 29 de noviembre de 2012 la Asamblea General aprobara una Resolución que cambiaba el estatus de Palestina de “entidad” a “Estado observador no-miembro”, no le imprimen tal carácter, porque un Estado, para serlo, debe tener tres elementos: una población, un territorio definido y pleno autogobierno. Palestina apenas tiene asegurado el pueblo, pues los otros dos los tiene embolatados, su posesión territorial es incierta, su sede de gobierno, Ramala, es “prestada”, pues añoran como capital a Jerusalén, imposible metafísico, porque Israel no la soltará; y para acabar de ajustar, Gaza consiste en una franja ajena, hoy “Hamastán”, de la que se apoderó el grupo terrorista por vía de elecciones parlamentarias en 2007, como consecuencia de la candidez estratégica del Premier Sharon, que en el 2005 la desconectó de Israel y la entregó en bandeja de plata a la Agencia Nacional Palestina.
La célula terrorista jamás representa a Palestina, ni a sus FF MM, tratándose de una organización patrocinada por Irán, que sólo añora la destrucción de Israel. Incomprensible, por suicida, el miserable ataque terrorista contra el pueblo judío y menos comprensibles los trinos de Petro quien, de frente, protege a los palestinos y da garrote a los israelíes, tratando ahora de dañar unas relaciones de enorme amistad con un Estado admirable y entrañable -en parte de cuyo territorio tiene su génesis nuestra religión cristiana- y que enfrenta, crudamente, una guerra por él no provocada.
Post-it. Pero, por cuestión humanitaria, creo que la fuerza israelí de ocupación debe terminar, con fórmulas exprés de arreglo, como quiere todo el mundo, antes de que los universitarios se alboroten del todo. Le recomendaría a Netanyahu un disco de Karol G, en el renglón que dice: “Marica, ya”.