“Si el robo es ilegal, lo investigaremos” dijo muy orondo y a la defensiva un empleado público ante otro desfalco descubierto. Vaya uno a saber cuándo es legal un robo en el imaginario del actual régimen peculoso de Iván Duque. Esto lo dijo, por la radio, uno de esos burócratas universales que vegetan como hongos saprófitos sobre el tronco secular del Estado.
Según las noticias, el cuantioso presupuesto para la paz ha sido saqueado por el actual gobierno, que por lo demás procede de un movimiento político que tenía como consigna “volver trizas” el acuerdo de paz. Aunque claro está, este régimen es imparcial en materia de concusión, cohechos y peculados, lo suyo no se limita a un área exclusiva, su proclividad a la corrupción es “urbi et orbi” como las bendiciones papales. Dudo que no se pueda comparar con ventaja ante cualquier otro gobierno patrio de los últimos setenta años. O sin vacilaciones, con cualquier otro de nuestra tortuosa historia.
Por fortuna la libertad de prensa sigue operando y es ésta la que revela los fraudes al erario, no así los órganos de vigilancia cooptados por el régimen Uribe-Duque. Por eso algunos medios han sido perseguidos por esos apéndices del régimen, entre ellos El Espectador, la revista Cambio y Noticias Uno, de la televisión.
El aporte investigativo de Caracol radio ha servido quizá no para evitar, pero al menos sí para revelar el chancro sin irradiar del régimen. Es la ventaja de la apertura de las comunicaciones a inversores extranjeros que deben competir por una audiencia no sujeta a cacicazgos ni a intimidaciones fáciles. Ese aporte a la democracia continuara frente a todo intento de acallarla. Y continúa siendo un pilar institucional.
La pujanza de la economía tras la pandemia se debe al sector privado que aumentó las exportaciones sobre todo en manufacturas. Y es notable como el grupo antioqueño, salpicado con el escándalo de Hidroituango, procedió a cambiar los directivos de las empresas que fueron envueltos en él. Y procedieron a crear una billonaria bolsa para invertir en infraestructura, en compañía con capital foráneo. Es decir, reaccionaron a su lamentable error de acercarse demasiado a los designios del régimen Uribe-Duque, que los llevó a ceder terreno ante la arremetida del grupo Gilinski, también aupado por capitales árabes. Asimilaron bien un duro trago ético y monetario. Muchos destacaron el escándalo, pero casi nadie la sana reacción.
Como de todos modos estamos importando más de lo que exportamos hay y habrá una severa brecha que deberá afrontar el próximo gobierno, que hoy despierta más esperanzas que miedo. Lo cual supone un sentimiento preferible, pero de doble filo. En cualquier caso, la última elección supuso el rechazo masivo de la ciudadanía contra la corrupción generalizada del régimen. Rechazo tanto del temido opositor, como la del contrincante que hizo del elemental lema “no robar” un catalizador social impresionante. Ese clamor es visceral. Aun cuando en el imaginario del régimen se dude si robar es ilegal.