Mauricio Botero Montoya | El Nuevo Siglo
Lunes, 3 de Agosto de 2015

RASGOS DE SU HUMOR
Algo de Borges

Los   meses de junio y agosto señalan aniversarios de nacimiento y muerte de Borges, uno de los más grandes escritores del siglo pasado. Su aporte en temas imaginarios, filosóficos y mitológicos, abrió nuestro idioma a un horizonte no alcanzado desde su edad de oro. La brevedad en el relato que evitó adrede la dimensión de la novela. Privilegio el cuento, la frase certera y sin rebaba al discurso pedagógico, es el rasgo distintivo de este gran amigo con él que el destino me permitió convivir como vecino en Buenos Aires y celebrarle los 79 y 80 años de vida. Quisiera compartir algunos rasgos de su humor.

Por alguna extraña razón, los periodistas deportivos, lo buscaban para pedirle opiniones. “Debe ser un requisito profesional que deben llenar en sus carreras” decía riendo. En una ocasión el  tenista Vilas, si mal no recuerdo, publicó unos versos. Mientras leíamos a Shakespeare llegaron a su apartamento unos periodistas deportivos y le preguntaron qué opinaba sobre el libro del tenista. Borges algo incómodo por el bajonazo, les contestó que él no conocía el texto pero que le habían comunicado que esos versos eran algo así como el tenis de Borges… En una ocasión dejé a mi pequeña hija en su apartamento con la mucama guaraní Fanny y el gato Bepo, mientras caminábamos con Borges las veinte cuadras diarias que le había prescrito el médico. Al regresar el gato la había arañado. Él apenado por el incidente nos contó que Bepo era celoso y protector, y que poco antes había atacado y mordido a una enfermera que le aplicaba inyecciones al amo.  Caminábamos por las calles  de Florida y Corrientes. A veces íbamos al paseo Colón y aprovechaba  que los libreros me dieran algún descuento admirados  por esa compañía. Le sorprendió saber que sus libros se vendían en los quioscos. Cierta vez escuchó unos pasos, le dije que eran dos damas ¿son bonitas? No, le respondí. “Entonces yo me quedó con la de la mitad”.

 En mi calidad de lazarillo ad hoc le recordé las aventuras del sagacísimo ciego de Tormes y cuando el horario en el Consulado me lo permitía lo llevaba  a algunos homenajes. En uno de ellos un discípulo suyo había publicado un libro y el padre decidió invitar a Borges a una gran recepción, cuando entramos se hizo silencio y el padre del muchacho algo azorado solo acertó a decir “Che Borges, yo soy el padre de mi hijo”, él con suavidad le replicó “Sí, esas cosas suelen suceder”. Borges reciclaba el humor, el suyo o el ajeno, y lo mejoraba. Cierto día al caminar oyó que un perro ladraba, algo inquietó me pregunta por qué, le digo que el animal debe ser inteligente pues está ladrando en abstracto. Ríe y unos meses después se le presentó en Ecuador otro ladrido y supe que había dicho “lástima que los ladridos carezcan de filología”.

De los poetas colombianos quería a De Greif y opinaba que recreaba las cadencias del siglo dieciséis, no gustaba de Carranza ni de Valencia, se divertía con las descripciones del tuerto López y la fuerza de Barba Jacob. Le gustaban las palabras antiguas que preservamos los colombianos sin notarlo en las conversaciones, tal como “caneca”, dijo que la última vez que la había escuchado la había dicho su abuela. Su tumba en Plain Palais evoca tradiciones nórdicas y una universalidad que solo lo da la periferia, y que se pierde en el centro de la civilización. Como lo sabía este gran hombre “meramente suramericano”.