MAURICIO BOTERO MONTOYA | El Nuevo Siglo
Lunes, 18 de Noviembre de 2013

El panorama

 

Santos representa el centro derecha nacional. A diferencia de Eduardo Santos que hizo una pausa a las transformaciones de la Revolución en Marcha de López Pumarejo, él mitiga el extremismo derechista del régimen Uribe que convirtió a Colombia en la economía más hiperconcentrada del mundo después de la de Haití y Angola. Y que permitió la muerte de reclutados pobres presentados luego como terroristas dados de baja en estadísticas triunfalistas que aún hoy no se han corregido. Su número próximo a dos mil reclutados, diseminados luego por la geografía nacional, disfrazados después de camuflado, y fusilados a sangre fría es en términos internacionales un genocidio de Estado.

Si hacemos memoria Uribe tuvo el cabezazo de nombrar a Hugo Chávez mediador con las Farc. Washington y otros comenzaron entonces a mostrarlo en los noticieros saludando de mano a jefes paramilitares vestidos de camuflado. Apenas rompió con Chávez la noticia cesó y nadie volvió a decir ni pío. Pero el lector puede dar por averiguado que ante la Corte Internacional esas pruebas no se olvidarán tan selectivamente.

Santos a diferencia de Uribe es cosmopolita. Ha estado expuesto a la dimensión internacional desde niño, es decir, tiene un doble registro. Ante el localismo con su valiosa visión de dentro hacia afuera, añade la dimensión de fuera hacia adentro que el parroquialismo ignora. De ahí que en su mandato se logró el fin del visado para con países como México, Perú, Ecuador, Venezuela, Chile y la no necesidad de visa para la Unión Europea. En contraste con el gobierno anterior en el que a los colombianos no sólo nos exigían visa sino también a menudo, pasado judicial.

Mientras Uribe gobernó ni Europa ni Estados Unidos firmaron con Colombia tratados de libre comercio por tentadores que fuesen. La cifra de once desaparecidos diarios, el asesinato de sindicalistas aupado por el DAS, la impunidad de los sicarios resultaba un vomitivo para las instituciones internacionales ajenas al tropicalismo mesiánico que no se compadecía con las cifras frías. Santos que fue Ministro de guerra (dejémonos de eufemismos) de ese régimen se unió a él, sirvió bien en la mal llamada “seguridad democrática” aunque justo es decirlo no fue participe del efluvio uribista del “body count” del conteo de cadáveres como incentivo castrense.

Santos además logrará que Colombia acceda al exclusivo club de la OCDE, algo que el país anhela desde el gobierno de López Michelsen por iniciativa, si se me permite la cuña, de Rodrigo Botero fundador de Fedesarrollo.

Pero para entrar a esos clubes hay que respetar unas normas mínimas de comportamiento civilizado. Y el gobierno Uribe hábil en la microgerencia nunca vio el panorama internacional. Le bastaba con decirle sí a Bush, cuya presidencia a su turno dejó a Estados Unidos en bancarrota, sumido en dos guerras y enfrentado con las dos terceras partes de países latinoamericanos. A diferencia de Uribe, Santos al igual que las Farc al parecer ha comprendido que la guerra ya no es la salida.