MAURICIO BOTERO MONTOYA | El Nuevo Siglo
Lunes, 21 de Mayo de 2012

El Cuervo Blancoy Vallejo

 

Luis Ignacio Chávez, director del Caro y Cuervo, murió afectado por la destitución miserable que el gobierno Uribe le propinó. Él decía que la forma como Rufino José Cuervo realizó el estudio sobre el idioma español era objeto de imitación para las demás lenguas romances. Y que así lo había constatado en Italia durante su juventud. Don Rufino dejó en suma un método aproximativo, una episteme original. El novelista Fernando Vallejo, tras una investigación minuciosa sobre la vida, obra y viajes de los dos célebres hermanos solteros, celebra como es natural el Diccionario de don Rufino, que el Instituto Caro y Cuervo logró concluir unas ocho décadas más tarde bajo la dirección del lingüista Luis Ignacio Chávez.

Vallejo se ha dedicado a biografías de literatos colombianos. La mejor, a mi juicio, la que le hace al bardo Barba Jacob. Con él puede identificarse, en su soledad central. Barba cantaba: “Una bacante loca y un sátiro afrentoso conjuntan en mi sangre su frenesí amoroso”. “Y fui Eva y fui Adán”. A Vallejo le queda más difícil entender a don Rufino en su aspecto peculiar de hombre casto y religioso, de contera. Hay algo que sin embargo disuena en el texto de El Cuervo Blanco. Su rigor investigativo, su quisquillosa defensa de los usos exactos de las proposiciones, sus distingos idiomáticos, son interrumpidos de súbito por coitos biliosos, groserías, insultos, que no vienen al caso. Uno no refuta su ocurrencia sino que lamenta la digresión.

En esos momentos Vallejos cae y “pela el cobre” como dicen sus coterráneos. Deja traslucir una histeria santurrona, mitigada por la homosexualidad. Creo que esto último lo salva de ser un Torquemada o un Savanarola, es su lado menos repelente. El odio a la reproducción, el desprecio del juicioso cronista al país que estudia con tanta insistencia, el abuso verbal contra los heterosexuales, los presidentes, etc. etc., sugieren conflictos que lo motivan a escribir pero que al mismo tiempo le restan valor a lo que escribe. Sus oscilaciones de travestido emocional entre académico y loca con cachiporra moral, se tornan aburridos, previsibles. La tercera hachepetiada es cantaleta…

Un escritor incapaz de notar que todo idioma vivo es un ofidio que se sale de su pellejo, corre el riesgo de quedarse con una seca cáscara en la mano. Es el caso del amigo Alfredo Iriarte, cuyas columnas de corrección gramatical escritas no hace mucho en El Tiempo se leen hoy como anacronismos.

Pero ese no es el caso de Vallejo. Su estilo se siente fresco. Con su biografía de Barba Jacob queda la impresión de haber recibido bastante más de lo que se había pagado por el libro. Pero en el caso de El Cuervo Blanco siente uno que el autor nos debería pagar por habernos infligido su terapia.