La nariz del conflicto
Las guerras de EE.UU. son de dos tintes. Las interiores, motivadas por apetito de consumo de cosas que su moral protestante estima ilegales. Y las surgidas por su codicia de cosas que su necesidad consumista estima necesarias, como el petróleo árabe. Estas últimas guerras son justificadas de diversos modos. Bush hijo (pues ya el sistema dinástico decadente está presente) las justificaba como la lucha contra “el eje del mal”. Pero lo difícil de combatir un ente tan complejo y elusivo como “el mal”, con bombas, se ha hecho evidente. Ganaron la guerra contra Irak y controlaron la extracción petrolera, pero han tenido que abandonar el país. Su economía quedó lesionada. Su imagen de demócrata libertador obtenida durante la primera y segunda guerra mundiales, hoy es irreconocible. Queda más bien en el inconsciente colectivo la tortura de prisioneros, la mentira presidencial para animar el bombardeo. Y, luego, la crisis sin fin de su sistema financiero. A partir de la dinastía Bush, Estados Unidos lleva “plomo en el ala” como dicen en el campo.
Esas guerras exteriores en el Oriente ayudan a apuntalar el llamado “pentagonismo”. La maquinaria de armamentos y provisiones que benefician a un sector a costa del presupuesto en educación y salud. A costa de la capacidad creativa en áreas no ligadas con la destrucción y la muerte. Parece poco original hablar de la decadencia de EE.UU. o de lo que Oswald Spengler hace un siglo llamó la civilización occidental. Spengler, en efecto, ha sido refutado por varios doctos enjundiosos. Pero los hechos, en cambio, han sido más benévolos con su portentoso diagnóstico. La vida se cuenta sola, solo hay que saber mirar.
El tipo de guerra de la intimidad misma del alma estadounidense, de sus adicciones, genera conflictos armados en toda América. Por cuanto la ética protestante, llamémosla así, presume que el responsable de su adicción es el elemento adictivo, y no el apetito por consumirla. Cosa que para los pecadores católicos estaba clara desde San Agustín. La mata de coca ni mata ni es responsable de nada. Y el puritano norteño trabado pretende que el resto del mundo lo corrompe, exige que se multiplique el castigo a esos peligrosos vegetales foráneos. Más policías y fumigaciones en el exterior, mientras defienden su sagrado derecho a trabarse en su casa. La cocaína en Nueva York se pide a domicilio como arroz chino.
E pentagonismo ambienta otras guerras, quizá en Irán o Siria. Y los adictos logran que su puritana inconsciencia lleve la muerte a México, Centroamérica y nuestra querida Colombia. Pero la responsabilidad no es de ellos, ni más faltaba. Es de un vegetal foráneo. En la competencia mundial los puritanos están perdiendo por una nariz.