Del paleolítico
El ansia de escribir está presente en Internet aunque queda la impresión de una creciente falta de lectores. O, al menos, que en la Red los escribidores están en mora de aprender a leer. No importa. Simplemente esas nuevas generaciones tienen por puerta de entrada, lo que para las anteriores es la de salida. Los llamados Nativos Digitales garrapatean algo parecido a la escritura (en cualquier idioma) es de suponer que de seguir en ello llegarán algún día a poseer al menos la sintaxis materna. Si su afición al jeroglífico se decanta, eventualmente leerán algún clásico. Digamos que es una posibilidad, un riesgo calculable. Al menos no es imposible.
Hace poco a un autor, casi nonagenario, le hicieron una reseña crítica de su obra en El Nuevo Siglo, ubicándolo en el paleolítico. Lo cierto es que en ese caso se trata de otro tipo de escribidor cuya ansia, anterior al computador, se vertió en publicar 150 tomos sin haber dejado, empero, un solo libro. En suma, ignoró el discreto arte de tachar.
El ansia por trascender, de dejar huella, está presente en las generaciones humanas, letradas o no. De la Internet o del paleolítico. Hace parte de la cultura o es anterior a ella. El arte, la ciencia, la religión están impregnadas de terror cósmico. De miedo a la muerte. Y está presente en un organillero o en Beethoven. Por supuesto que si el producido de esa ansia es mediocre, esa ansiedad no se eleva al plano universal. Sólo queda una trivialidad tanto más onerosa si es prolífica. Quien intenta hacer un libro de aquello que cabe en un párrafo corre el riesgo de ser denunciado ante los tribunales ecológicos por arboricidio. El problema criollo respecto, por ejemplo, a la Historia, está signado por otra carencia básica, la carencia de una filosofía. America Latina aún es pobre en ese ejercicio. Y en última instancia la interpretación histórica está mediada por una visión filosófica. Aquí lo que ha prevalecido en la Academia de Historia, por ejemplo, es la narración de abogados sobre el devenir. De modo que se parece demasiado al litigio en un tribunal en el cual los antecesores son vistos como héroes contra villanos, según la preferencia o el partido. Pero una historia sobre las instituciones es más esquiva. Y resulta que organismos como el SENA, la Universidad Nacional, Fedesarrollo y demás, son más perdurables que un individuo por eminente que él sea. Esas organizaciones gravitan más sobre la historia cotidiana.
Sin embargo, es difícil encontrar investigaciones de ese estilo mientras abundan las biografías de los próceres. La complejidad que es la característica del siglo XXI, no puede solucionarse con esquemas económicos, políticos, raciales, religiosos. Aunque en el paleolítico, como ahora, resulta fácil hablar por ejemplo de mestizaje, cuando más que mestizaje lo que ha habido es un cruce de desarraigos. La historia está haciéndose y aún está por decirse.