Memoriosos | El Nuevo Siglo
Viernes, 17 de Febrero de 2017

“Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo”, le dice Irineo, el protagonista, a Borges en su cuento Funes el Memorioso.

Yo no paro de recordar la frase contenida en Ficciones mientras trato de entender si Santos es olvidadizo o se hace y si Uribe es capaz de pensar, ocupado como está en recordar. Las “almendras” del segundo (https://twishort.com/EN9lc) deben tener atorada la memoria del primero.

La memoria nos instala en el espacio y en el tiempo, en nuestro contexto. Pero es perversa como el olvido: ambos son selectivos, subjetivos, acomodaticios, oportunistas, antojadizos. Recordamos y olvidamos lo que nos conviene. No el hecho en sí, sino lo que nos produjo.

Porque quizás Nietzsche tuvo razón al afirmar que no existen hechos sino interpretaciones de hechos. Si ni siquiera existe la materia del recuerdo, ¿qué es pues lo que recordamos?

Si los recuerdos son construcciones tardías y no coinciden punto por punto con lo fáctico, habría que repetir con Milan Kundera en La Ignorancia: “(…) se van si dejan de evocarse una y otra vez en las conversaciones entre amigos”, o si dejamos de rumiarlos en noticias, panfletos, discursos, ensayos, conferencias.

En Colombia estamos repletos de memoriosos y de olvidadizos. Peor aún, de nostálgicos y amnésicos. Siempre damos por hecho la importancia que tiene el recuerdo, pero no la que tiene el olvido.

Necesitamos olvidar para hacer historia, que no es la suma de los recuerdos sino una selección, que nos lleve más allá del recurrente aforismo colombiano “perdono pero no olvido”.

Como si hubiera un saber del olvido, parecido a la recuperación que hace el recuerdo, más allá de la nostalgia o la añoranza, esa de la que Kundera dijo: “no intensifica la actividad de la memoria (…) absorbida como está por su propio sufrimiento”.

A veces me da alegría olvidar, o al menos no recordar. Sé que el olvido absoluto no es posible, porque sería amnesia. Pero necesitamos aprender a olvidar. La memoria es vindicativa. Nos lleva a ver la paja en el ojo ajeno en vez de la viga en el propio.

Santos el desmemoriado, Uribe el memorioso. Ambos son incapaces de olvidar diferencias, de elevarse por encima de lo particular hasta lo general, de trascender.

Ambos son el remedo vulgar y patético de Funes, en cuyo abarrotado mundo no caben sino detalles insignificantes, inmediatos, sin trascendencia.

Colombia necesita construir memoria sin recuerdos y sin olvido.