Consumimos fatuidades, lámparas de Aladino, abalorios, baratijas, imitaciones, ilusiones, eclipses de luna, puestas de sol, declaraciones de odio, promesas de amor, caricias rápidas, raudales de información, amigos de ocasión, atavíos de emperador. Somos peor que el monstruo come galletas de Plaza Sésamo. Engullimos lo que está a nuestro alcance.
Pero sobre todo, consumimos mentiras. Nietzsche lo advirtió en el verano de 1873 en una conferencia titulada La verdad y la mentira en sentido extramoral: “En la medida en que e l individuo pretenda subsistir frente a otros individuos (…) generalmente utiliza su intelecto solo para el disimulo”.
Es que el mentiroso utiliza las designaciones válidas, las palabras perfectas para presentar lo irreal como real. Y como somos descriteriados, híper informados sí, pero filosóficamente atrofiados, tragamos entero, ya que pensar requiere calma mientras que consumir solo precisa de nosotros abdicar al control, depositarlo en otra persona, en otra cosa.
Consumimos mentiras. Lo estamos viendo con el destape del escándalo Odebrecht. No vale la pena untar este espacio con los nombres de los laxos del momento.
Que si la exministra de transporte sabía que el hermano de su novia se lucraba con su firma en un Conpes, que si el maridito de la ex de Artesanías estaba pagando con afiches y por adelantado el puestico de su mujer, que si la Ruta del Sol es un camino empedrado hacia el infierno, que si es un tonto mayúsculo el exgerente de la campaña presidencial de Santos que no tuvo conocimiento del pago de Odebrecht a la firma panameña Paddington para que Sancho BBO hiciera lobby ante el gobierno de su jefe, que si hay relación entre las “empresas opacas” de Mossack Fonseca y la llegada al poder del de la octava, lo tendrá que desentrañar el Fiscal.
Consumimos mentiras quizás porque las “verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son”. Pero mientras desentraño este galimatías de Nietzsche, me sorprendo con las sinapsis que hacen los mentirosos para lograr su cometido, no tan lúcidas como el mecanismo de comunicación entre las neuronas para intercambiar información, pero parecido en mucho; los mentirosos no necesitan establecer contacto físico entre ellos para tejer su entramado de desaguisados, peculados, trampas, negociados, comisiones de éxito, vulgares coimas, recomendaciones, relaciones convenientes y de conveniencia, matrimonios.
Quizás “la verdad equivale (…) a no atentar en ningún caso contra el orden de las castas”. El problema es que nuestra casta política y social apesta como los parias.