Hace nueve años escribí una columna bajo el título de “Tráfico de versiones”; tres años después cometí autoplagio y titulé como “Carrusel de versiones” mi percepción sobre esa realidad “de mentira por entregas, al vaivén de las conveniencias de delincuentes que hoy confiesan y mañana se retractan; hoy recuerdan que hablaron con fulano y mañana con zutano. Una oleada de desinformación e insólitos señalamientos”.
Hoy vuelvo sobre mis palabras, porque el circo de mercaderes de versiones al mejor postor para confundir a la justicia se toma de nuevo el escenario, orquestado desde bambalinas por los postores interesados en destruir a sus enemigos políticos con tan vil estrategia.
Es una suerte de justicia espectáculo, porque hoy la víctima no es un ciudadano del común, sino un colombiano excepcional: el expresidente Álvaro Uribe. Tampoco es otro proceso cualquiera, sino un verdadero juicio político convertido en juicio mediático; un proceso que va por Uribe, por su puesto, pero con el objetivo oculto de quebrar la gobernabilidad del gobierno Duque.
Así lo indica la filtración anticipada del llamado a indagatoria, para “calentar” a la opinión; y la “oportunidad” del llamado oficial, pocos días después de su posesión como senador y pocos días antes del relevo gubernamental. Dejó la sensación de que se vendría una medida de aseguramiento para cuando Iván Duque se terciara la banda presidencial. Todo cambió, sin embargo, gracias a la posición monolítica del Centro Democrático, que rodeó al expresidente, como lo rodearon millones de colombianos que no albergan duda alguna sobre su proceder. Todo cambio cuando, gracias a la intensa pedagogía de su partido, la opinión empezó a digerir la truculencia del proceso contra Álvaro Uribe.
Es aterrador el arsenal de artimañas que se han ido develando, desde que el senador Cepeda logró torcer a su favor la justicia para convertirse en acusador, apelando al juego de testigos que surgen oportunamente, de retractaciones retrecheras y contradicciones de bulto, de filtraciones y de interpretaciones acomodaticias replicadas vorazmente por los medios.
La estrategia pretendió ser demoledora. Si Uribe no renuncia, pretende abusar de su posición en el Senado: sí renuncia, pretende eludir la acción de la Corte.
Si recusa a los magistrados, está atacando a la Corte Suprema de Justicia y busca dilatar su proceso; sí acepta dócilmente las irregularidades del proceso está aceptando su culpabilidad.
Si un testigo declara o se retracta contra Uribe, su testimonio se convierte en prueba y se filtra a la opinión; si declara o se retracta a su favor, está siendo manipulado y los documentos se engavetan o son rechazados sumariamente.
Si Cepeda visita una cárcel, es visita humanitaria. Si es el abogado de Uribe quien lo hace, está comprando testigos.
Las trampas evidentes y las grabaciones ilegales en la cárcel ni siquiera son cuestionadas y, por el contrario, el engañado se convierte en el tramposo ante la opinión pública.
Por todo eso acompañamos la exigencia del expresidente a la justicia. Si se ha filtrado selectivamente toda suerte de documentos, videos y grabaciones legales e ilegales, pues que el país las vea y escuche todas, porque la opinión pública tiene derecho a no quedarse solamente con lo que los enemigos de Uribe quieren que conozca.
Que se respete la reserva del sumario o que se abra el expediente a la luz pública. Que los jueces juzguen en derecho, pero que el país no siga engañado por mercaderes de versiones y por quienes los utilizan para tratar de plegar la justicia a sus oscuros intereses.
¿Quién dijo: “la verdad os hará libres”? Fue Jesús de Nazaret. Que así sea.