Merlín, nuestro gato, está enfermo. Dejó de comer durante varios días y la anorexia causó un grave daño en su hígado. Alcanzamos a llevarlo a la clínica veterinaria y allí, tras los exámenes y el diagnóstico, lograron salvarlo de la muerte inminente. Luego de varios días hospitalizado, y una vez superado el momento más crítico, lo mandaron de regreso a casa; pues la tristeza de estar solo en una jaula resultaba peor que la misma enfermedad.
Dos semanas después de riguroso tratamiento, primero en la clínica y luego en casa, es claro que no está bien y que el daño es irreparable. Merlín está desanimado y no hay nada más triste que verlo sin alientos; a él que es la viva representación del juego y la alegría. A pesar del dolor inmenso que esto causa en nuestra familia, estos días nos han dejado muchas otras cosas; todas bellas y conmovedoras. La más notoria es el poder del amor que anuda fuertemente el vínculo entre Merlín, su hermano Arturo (que también es nuestro gato) y nosotros. Ambos llegaron a nuestras vidas recién nacidos, hace más de nueve años. Los adoptamos después de que los rescataran de una situación de maltrato animal; desde entonces compartimos todo.
Arturo es un gato experto en Ingeniería Eléctrica, es el alter ego de mi esposo. Durante años lo ha acompañado a corregir los exámenes de la universidad y a escribir artículos académicos. Merlín se ha convertido en mi editor personal. Es a él a quién le hablo cuando tengo dudas sobre lo que escribo y a quién siempre le leo esta columna, en voz alta, antes de mandarla. A los dos les gusta la música, las cajas de cartón y las ventanas soleadas; y ambos son la adoración de nuestras hijas y de la señora empleada que nos cuida a todos, humanos y felinos, por igual.
La confianza que Merlín nos demuestra es conmovedora, hasta las lágrimas. A pesar de su marcado desaliento, responde a nuestros mimos, busca nuestra compañía, recibe los medicamentos e incluso accede a probar la comida, aunque claramente no tiene ganas de comer.
Mientras escribo estas palabras oigo su ronroneo, aquí, pegado a mí; y pienso en las cosas que me ha enseñado este animal: la paciencia, la incondicionalidad, la contemplación, la importancia de estar, de escuchar, de acompañar y de jugar. Él encarna el embrujo poderoso de las cosas sencillas. Ninguna de estas lecciones ha requerido mucho para ser aprendida, la experiencia rutinaria de compartir la vida cotidiana ha sido suficiente para anudar este vínculo, que es solidario y es vital, y es para siempre.
No sé qué va a pasar con Merlín. Los dilemas sobre su existencia son los mismos que me planteo sobre la mía; prefiero una vida corta y plena, llena de afecto y de cuidados, que una vida larga, agónica y precaria. Por lo pronto, aquí, ahora y para siempre, la única certeza para todos en esta casa, humanos y felinos, es el poder irrevocable del amor.
@tatianaduplat