“Mucho nos iguala pero poco nos une”
Hay palabras que faltan en el diccionario. Porque quizás desgarran tanto que nadie se atreve a ponerles nombre. No bastaba ya el abrazo de mi amada Séptima vertebral para estar viva; el haber vivido durante veinte años al amparo de la mesa del poder, el haber conocido tan de cerca la desnudez del emperador, se tornó insoportable para mi naturaleza simple y mi corazón ávido de amor universal. No encontré la palabra en el diccionario para expresar lo que yo sentía en los estertores de 2018. Y me mudé a la Avenida Miramar.
Sentada en este balcón, de cara a la bahía de Cartagena, un poema de Kavafis viene a la memoria: “(…) Iré a otra tierra, hacia otro mar y una ciudad mejor con certeza hallaré. Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado, y muere mi corazón lo mismo que mis pensamientos en esta desolada languidez”. Donde vuelvo mis ojos sólo veo las oscuras ruinas de mi vida y los muchos años que aquí pasé o destruí. No hallarás otra tierra ni otra mar. La ciudad irá en ti siempre. Volverás a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez; en la misma casa encanecerás. Pues la ciudad siempre es la misma. Otra no busques -no hay-, ni caminos ni barco para ti”.
Me mudé a la Avenida Miramar, y al final del día espero que algo cambie pero no pasa nada: “(…) la noche está aquí pero los bárbaros no han llegado. Algunas personas llegaron desde las fronteras, y dijeron que ya no quedan bárbaros. ¿Y qué será de nosotros ahora sin los bárbaros? Esa gente era una especie de solución”, me dice Kavafis.
Me mudé a la Avenida Miramar trayendo en mi equipaje el peso de la mariposa de la Séptima vertebral. Mientras miro extasiada el mar y añoro los cerros orientales, telón de fondo de mi casa en Bogotá, viene a mi memoria algo dicho en remotos tiempos por Gustavo Bell cuando fue vicepresidente del país: “Colombia es más geografía que Estado”.
Me mudé a la Avenida Miramar, una bella postal para los libros de geografía, huyendo del hastío existencial que me produjo estar tan cerca de quienes producen la batahola noticiosa, pero el tedio vital es fiel como mi gato Momo y no se rinde, no dice adiós, no se va. Entonces me digo: también somos más geografía que nación, porque mucho nos iguala pero poco nos une. Ni siquiera el idioma porque las palabras hablan por cuenta propia y no solo denotan sino que connotan, en un vértigo de interpretaciones y malentendidos de nunca acabar.
Me mudé a la Avenida Miramar y no pasa nada.