Solo han pasado dos meses desde la pomposa firma del acuerdo final entre el gobierno Santos y las Farc, y ya es posible esbozar las líneas maestras de lo que será el postconflicto.
Estas líneas maestras, que irán conformando el Modelo Post (Perfil Operacional y Sociológico de la Transición), vienen siendo las siguientes:
Primero, plataforma para gobernar. Desde la base, desde puntos núcleo del territorio, las Farc desarrollarán una organización híbrida entre lo político (autoritarismo) y lo militar (violencia indirecta) para movilizar a la población en torno a una gran coalición con la que aspiran a gobernar o cogobernar el país.
Segundo, proliferación de agrupaciones armadas. Rotuladas como disidentes, varias bandas les disputarán a las Farc el control de recursos escasos y la influencia sobre la población civil, con lo cual, los enfrentamientos arreciarán e incluso podrían prolongarse después de la dejación de las armas.
Tercero, imposición arbitraria del orden. Si se suman los puntos dos y tres, surge la tendencia que se ha visto en las Farc a usar la fuerza -con el estilo de la Teófilo Forero-, para imponer esquemas de convivencia comunitaria y enfrentar a bandas rivales, desconociendo así que el Estado monopoliza legítimamente las armas y que nadie más puede administrar justicia.
Cuarto, violaciones y retaliaciones. Ante la abominable persecución a líderes progresistas y la incapacidad del Gobierno para impedirlo, la tentación del entorno Farc por desarrollar acciones de autodefensa pondrá al Estado en una situación altamente crítica que requiere, de inmediato, un esquema de seguridad y protección del más alto nivel y eficacia.
Quinto, monitoreo y verificación porosa. Los episodios bochornosos que obligaron a la Onu y a varios gobiernos a retirar personal e implementar normas más precisas de interacción entre su personal y las Farc solo han servido para poner en evidencia que entre unos y otros existe una especie de romántico entendimiento que puede terminar facilitando la revictimización y el control hegemónico territorial por parte de la organización antisistémica.
Y sexto, las relaciones exteriores no serán tan idílicas como lo sugieren las visitas emprendidas a los campamentos por gobernantes extranjeros. Por el contrario, los cinco puntos anteriores pronto generarán toda suerte de contrastes y discrepancias con los gobiernos que verdaderamente importan, como el del Reino Unido, o los Estados Unidos, preocupados, como la gran mayoría de los colombianos, por la multiplicación de cultivos ilícitos, del crimen organizado y de pandillas de todo pelambre.