MONSEÑOR LIBARDO RAMÍREZ GÓMEZ* | El Nuevo Siglo
Domingo, 2 de Marzo de 2014

“A vivir la Alegría del Evangelio” (VIII)

 

Ya  había presentado el Papa Francisco en el Capítulo III de su Exhortación “La Alegría del Evangelio”,que con gran enriquecimiento social y espiritual venimos reflexionando, claras y firmes expresiones en rechazo de economías desalmadas, que colocan a parte de la humanidad como “sobrantes” (n. 53) y comentado, con dolor la “globalización de la indiferencia, que lleva a los humanos a ser incapaces de compadecerse de los dolores de los otros”. Sin embargo, teje un Cuarto Capítulo en el que señala que una difusión del Evangelio ha de llevar a la alegría de vivirlo, que no será completa si no profundiza y tiene una real “dimensión social”. No pretende el Papa convertir esta exhortación en un nuevo “documento social”, pero, por lo que nos ha entregado en él, la ha convertido en parte de ese Magisterio.

Ya había hecho, también, el Papa, una reflexión sobre el “kerigma”, o verdades básicas del anuncio del Evangelio (n. 160-168), y ahora, al referirse a la “dimensión social” de este anuncio, expresa que ha de tener “un contenido irrenunciablemente social” (n.177). Se remonta el Pontífice a la acción de las tres divinas personas, que engrandecen a cada ser humano, desde el Padre que lo crea con tanta dignidad, el Hijo que lo dignifica al asumir su naturaleza, y al Espíritu Santo que asiste a la humanidad con inventivas de infinito valor. De allí que “desde el corazón del Evangelio reconozcamos la íntima conexión entre evangelización y promoción humana” (n. 178).

Agrega, más adelante, varios textos de la Sagrada Escritura en donde se expresa que “para que haya verdadero anuncio salvífico debe haber reclamo y vivencia del amor fraterno” (n. 179). Hace nueva defensa de su lanzamiento de enseñanzas sobre los temas temporales y sociales, pues es su deber dar su salvífico mensaje a personas que se debaten en situaciones concretas en este terreno vivir. No se puede recluir la religión al ámbito privado, es que “Dios quiere la felicidad de sus hijos también en esta tierra” (n. 182).

Pasa, el Papa Francisco, a referirse a un tema esencialmente evangélico, y que él lleva en sus venas, expresado desde el primer momento de su Pontificado “la liberación y promoción social”, opuesta a la “exclusión social”. Subtitula este capítulo con esta expresiva frase: “Unidos a Dios escuchamos su clamor”. Agrega: “Hacer oídos sordos a ese clamor… nos sitúa fuera de la voluntad de Dios” (n. 187). Es de escuchar este clamor “hasta en la misma obra liberadora de la gracia en cada uno de nosotros” (n. 188).

Comenta, cómo “la palabra solidaridad está un poco desgastada” cuando se aplica a actos esporádicos, debiéndose restablecer a la acción permanente a favor de  los más necesitados (n. 188). Una genuina “solidaridad” ha de llevar al cambio de estructuras que frenen su necesaria y permanente vivencia (n. 189). Ese clamor de los pobres ha de aplicarse a la situación de poblaciones enteras sumidas en tal situación que no pueden dejarse abandonadas por los que están en la opulencia (n.190).

Dice, enfáticamente, el Papa, con cristiano anhelo: “Nuestro sueño vuela más alto…; que tengan prosperidad sin exceptuar bien alguno” (n. 192). Todo este gran empeño de dar la mano a los pobres es apenas el cumplimiento de varios reclamos de la Palabra de Dios, que deben hacer “estremecer las entrañas ante el dolor ajeno”. (n. 193).

A mitad de este Capítulo IV hace el Papa una exaltación del puesto que ocupan los pobres en el pueblo de Dios, sin olvidarlo como “lugar privilegiado” engrandecido por ese “humilde muchacho de un pequeño pueblo perdido en la periferia de una gran imperio”: Jesús de Nazaret. Al referirse a la “opción por los pobres” tiene esta gran expresión: “es una categoría teológica antes que cultural”.(n. 196-197). (Continuará...)

monlibardoramirez@hotmail.com

*Presidente del Tribunal Ecco. Nal.