Por fin, después de tantos años de conocerse y expandirse, la poderosa Mara Salvatrucha – MS13 de El Salvador ha sido castigada en su principal centro de gravedad, el eje financiero.
Responsable en buena parte de haber convertido al país en uno de los más violentos e inseguros del mundo, la Salvatrucha ha pasado de ser una simple colección de pandillas a operar como un verdadero conglomerado de alta complejidad y conectividad.
Aunque es un error muy frecuente presumir que las maras que operan tanto en Centroamérica como en otros países son la misma cosa, lo cierto es que las capacidades regionales exhibidas por la salvadoreña han sobrepasado todos los cálculos estratégicos.
Para ponerlo en otros términos, ella ha superado con creces la tendencia inicial a controlar ciertas áreas geográficas urbanas y rurales, así como algunos sectores productivos, para constituirse en una agrupación armada con dimensiones políticas, a tal punto que negoció con el gobierno una tregua de dos años, desde 2012 hasta 2014.
Al coincidir con las definiciones recientes de crimen organizado transnacional que integran también las actividades terroristas, las acciones de la MS13 conmocionaron a la sociedad salvadoreña de tal modo que el gobierno se vio arrastrado a negociar con los mareros como auténticos interlocutores políticos.
Y aunque la tregua terminó fracasando, justamente porque lejos de estar derrotada, la Salvatrucha adquiría a diario mayor envergadura, su tratamiento siguió siendo casi superficial, convirtiendo al país en un verdadero escenario de incertidumbre en el que solo algunas áreas interconectadas por corredores de seguridad estaban consideradas bajo control estatal.
Ahora, todo indica que la situación crítica tiende a modificarse sensiblemente porque se ha llegado a la conclusión de que, como ocurre no sólo en este caso sino en todos aquellos en los que el crimen se disfraza de protagonista político, lo importante no es tanto el armamento con que tales grupos cuentan sino el poder económico que les permite reemplazarlo y renovarlo, refinándose en cada uno de los métodos que emplean.
Sólo como ilustración que debe tenerse en cuenta al reflexionar sobre lo que pasa con otras bandas que también negocian, la Mara Salvatrucha y su “Federación” no solo ha venido ocupándose del narcotráfico. También se han transformado en empresarios que controlan segmentos del transporte, hoteles, restaurantes e importaciones a diestra y siniestra.
En otras palabras, auténticas transnacionales, más que simples bandas violentas. Y es en esa versatilidad que reside su poder. Por eso negocian con el Estado, lo engañan y lo manipulan a su antojo. Y el único que no parece percibirlo es el gobierno.