Luis Guillermo Echeverry (Luigi) se viene especializando en escribir encendidas cartas en un ampuloso estilo greco caldense. Normalmente nadie les hace caso y a menudo son calificadas de ridículas.
Hace algún tiempo, por ejemplo, se dirigió al director del País de España reclamándole que le hubieran hecho una entrevista al senador Iván Cepeda. Y apostrofándolo para que no volviera a hacerlo, pues Cepeda 1-según él- es un enemigo de la democracia, que no merece aparecer en las páginas del prestigioso diario madrileño. La carta ni siquiera mereció una respuesta de los directores del País y fue calificada como una lunática invitación a la censura de prensa.
Recientemente Echeverry ha repetido este tipo de carta dirigiéndose a los directores de gremios en Colombia. Ahora lo que les pide es que no vuelvan a invitar a sus asambleas y foros a Gustavo Petro, a quien califica de enemigo de la economía de mercado. Los gremios reciben la advertencia por parte de Luigi de que van a convertirse en auspiciadores del crimen si no le hacen caso.
Si no fuera porque Echeverry pasa por ser persona muy allegada al presidente Duque estas cartas tendrían la insignificancia de sus intolerantes disparates. Pero como parece que le habla al oído al presidente, la pregunta que todo el mundo se hace es si tales epístolas cuentan con la aprobación del jefe del estado.
Los gremios y los medios no solo deben -sino que tienen el deber- en procura del equilibrio informativo, de seguir invitando a Petro a sus eventos y entrevistas. Solo que lo que allí está diciendo el candidato de la Colombia Humana es tal sartal de disparates que se está desacreditando él mismo. Sin que haya necesidad de que Luigi Echeverry lo descalifique como peligroso enemigo de la economía de mercado.
Veamos. En entrevista al periódico El Tiempo, Petro dijo que lo primero que haría si es elegido presidente sería prohibir toda nueva exploración petrolera. Lo disparatado de esta propuesta no necesita de las advertencias censuradoras de Echeverry. La solidez de Petro se va al suelo con el anuncio mismo.
Al país le quedan escasamente seis años de reservas petroleras. Si se suspende la exploración de nuevos yacimientos ello significaría que en breve tiempo perderíamos la autosuficiencia energética. Tendríamos que empezar a importar grandes cantidades de gasolina a un altísimo costo para nuestra balanza de pagos. Y las haciendas públicas, tanto la nacional como la de las entidades descentralizadas, perdería gruesas cantidades de impuestos, de regalías y de rentas que hoy reciben de la industria petrolera. Además, por supuesto, la cantidad de inversiones y de empleos que se malograrían sería inmensa si se cerraran abruptamente los grifos de la exploración petrolera.
El recóndito propósito se Petro se adivina, pero lo ha expresado pésimamente. Lo que parece querer es darle un fuerte empujón a la transición energética por razones asociadas a la lucha contra el cambio climático. Pero ese no es el camino. En todo el mundo lo que se está recomendando es encarecer el uso de combustibles fósiles (menos subsidios inequitativos y precios más realistas) para desalentar su consumo, e ir cambiando hacia las energías renovables como son la eólica o la fotovoltaica. Pero este es un proceso gradual que no se puede hacer a los gorrazos como propone Petro.
Basta pensar que dentro de la matriz energética colombiana el peso de las fuentes renovables no pasa del 8%, en el mejor de los casos. A pesar de los esfuerzos que se están haciendo para incrementar los parques eólicos y los paneles de energía solar.
El último disparate de Petro fue afirmar, en la asamblea de Naturgas, que el Banco de la República debía emitir dinero como lo ha hecho la Federal Reserve Bank de Estados Unidos para enviar cheques a los hogares. Lo cual -simple y llanamente- no es cierto. Los cheques a los hogares norteamericanos se han financiado por la política fiscal del gobierno federal: no por el Federal Reserve Bank.
En síntesis: no hay que censurar a Petro; pero tampoco tragar entero todo lo que dice. Ambas cosas son equivocadas.