Ninguna guerra es justa | El Nuevo Siglo
Lunes, 25 de Noviembre de 2024

De vez en cuando algún poderoso amenaza con usar armas nucleares y entonces el resto del mundo tambalea. Ocurrió la semana pasada. Joe Biden autorizó a Ucrania el uso de misiles estadounidenses para atacar a Rusia y desató la furia de Vladimir Putin. Horas después, Rusia actualizaba la doctrina nuclear e incluía, como condición para utilizar este armamento, recibir ataques de Estados apoyados por potencias nucleares, como Ucrania.

Después vino la presión sicológica. Putin insinuó un ataque aéreo sobre Kiev y las embajadas de Estados Unidos, Italia, España y Grecia cerraron y salieron en estampida. Ucrania, por su parte, lanzó misiles de largo alcance, a lo que Rusia respondió con un misil balístico; un arma de destrucción masiva, enorme, que puede recorrer miles de kilómetros y transportar carga nuclear. En este caso no la llevaba, pero usarlo fue una manera de afirmar que la amenaza de Putin va en serio y que la guerra puede extenderse al mundo entero.

Al escribir esta columna, Estados Unidos anuncia más apoyo económico a Ucrania y autoriza el envío de minas antipersona; aún a sabiendas de su efecto nefasto sobre la población civil. Esperemos que al publicarla no haya ocurrido algo aún más delirante. Mientras tanto, las personas del común en Rusia, en Ucrania y en el resto del mundo, ven cómo el poder juega indolentemente con sus vidas; o tal vez sea más preciso decir, con la vida.

No es cierto que la guerra conduzca a la paz; solo causa muerte, destrucción y pobreza; en Colombia sabemos mucho de eso. Las banderas, las religiones y las ideologías que justifican la violencia, resultan herramientas útiles a los mercaderes de la guerra; nadie más se beneficia. Ninguna guerra es justa. En medio del pulso caprichoso entre los poderosos, está atrapada la gente, sin uniforme, sin armas, sin poder de decisión. Son millones de personas que no eligieron participar en la contienda, pero que sufren de manera irreparable sus consecuencias. Ocurre igual en Ucrania, en Gaza y en Beirut; en Pakistán, en el Congo y aquí en Colombia. Al final pasa lo de siempre, matan los armados, mueren los civiles y se enriquecen unos pocos.

Nosotros, las personas del común, los que creemos que es mejor hablar que golpear, somos inmensamente vulnerables ante las armas. Nuestro único escudo es la palabra, los Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario; pero hoy estos mecanismos jurídicos no parecen efectivos. En el último año se han violado sistemáticamente los principios fundamentales del DIH y se ha atacado impunemente a la población civil, en todos los enfrentamientos.

A los poderosos no les inquieta, al contrario, cada día atizan el fuego. Y aunque para muchos en el mundo la guerra es algo que pasa a través de la pantalla; la amenaza nuclear nos recuerda que la humanidad es una sola, que alimentar el delirio guerrerista es una estupidez y que al final vamos a perder todos. Así pasa siempre con las guerras; ninguna es justa y, sobre todo, ninguna es justificable. @tatianaduplat